Año 2048.
El rasgo
que más caracteriza a Edward Salazar es su carácter polifacético. Oriundo de
Bogotá y con 38 años, ha sido activista, comerciante, escritor y político,
siendo esta última, la profesión en donde más se ha destacado. Tras varios periodos exitosos en el Congreso de la República, llega a la presidencia en el 2046 en primera vuelta con el 65% de
los votos. Su victoria fue un profundo despertar para una sociedad
que se había acostumbrado a ser dominada impunemente por una élite que se creía
intocable.
Sin
embargo, pese a conservar casi intacta su popularidad tras dos años en el poder,
su gobierno ha sido tortuoso, ya que los antiguos dueños del país, ávidos por
recuperar el poder que perdieron, le han hecho la vida imposible. Esta guerra política
ha hecho mella en su otrora elegante apariencia: él muestra prominentes ojeras
bajo sus vistosos ojos verdes y numerosas canas nuevas, revueltas entre su pelo
color café. Encima de eso, tiene que lidiar con los «imprudentes excesos» de
sus aliados, los cuales solo agregan más sal a la herida:
—¡Harriet!
¡¿Acaso se han vuelto locos?! ¡¿Tienes idea de todo lo que tengo que hacer para
encubrir a tus matones?! Ordenar el asesinato de una persona es una cosa,
¡¿pero 120?! ¡Recuerda que cada vez que sueltas a los perros de presa, soy yo
quien tiene que dar la cara y explicar cuando las muertes son publicadas en los
noticieros! ¡Los buitres de la prensa están allá afuera, deseando que dé un
paso en falso para comerme vivo! ¡No se te olvide que ustedes se campean a sus
anchas gracias a mí, y si yo caigo! ¡Todos! ¡Caerán! ¡Conmigo! —grita
sonoramente Edward, lleno de rabia y preocupación, gesticulando exageradamente con
los brazos, mientras lucha por no pararse de su sillón y agarrar por la corbata
a su interlocutora, quien estaba del otro lado del escritorio.
—Vamos Ed,
son solo unos cuantos muertos y ya. Ayer, André y Dalila le hicieron un favor al
planeta asesinando a esas ratas inmundas, que solo estaban gastando oxígeno.
Créeme, la Tierra es un mundo mejor sin ellos. —Responde Harriet con desparpajo
y sin ruborizarse por el violento asedio verbal del presidente de la república.
—¡Ese es
el problema! —replica Edward, al borde de ser consumido por la rabia—, ni de
asomo te dignas en pensar en la raíz del problema: ¡Fue fácil encubrir a Zarina,
pero la masacre de la Mansión Morales es otra historia!
El
comentario del presidente hace que Harriet tenga un ataque de risa tras caer en
cuenta sobre una noticia que fue muy comentada en el país, hace solo un mes:
—Así que mandaste
a un equipo de limpieza a que prendiera fuego al edificio y por eso, todos en
la prensa repitieron como loros la versión oficial: «Un incendio provocado por
una fuga de gas, mató al senador Abimael Uribe mientras dormía en su
apartamento». Jejeje, bien jugado Ed, bien jugado.
La actitud
juguetona de Harriet colmó la paciencia de Edward, quien se levanta súbitamente
y tras agarrarla de la corbata, grita:
—¡Deja de
bromear Harriet! ¡Esto es serio!
—Amigo
mío, te estás ahogando en una bañera —Harriet toma la mano del presidente y cuidadosamente
la retira de su corbata, para tomarse de golpe un vaso de agua, suspirar tras
calmar su sed y en un tono de voz suave, proseguir—. Un chivo expiatorio bastará
para hacer pasar a André y Dalila como santas palomas. Narcotraficantes,
guerrillas, paramilitares, políticos corruptos, empresarios codiciosos y un
largo etcétera, Colombia tiene docenas de ellos. Señala al que más te guste, y
yo me encargaré de que los dedos acusadores apunten a esa dirección.
Edward, ya
mucho más calmado, pero desconcertado por la intrigante creatividad de Harriet
y, aliviado de tenerla de su lado, interpela:
—¿Cómo es
que una dama tan bella y distinguida, tiene una mente tan perversa?
Complacida
por el halago, la mujer, con una sonrisa pícara, responde:
—Mi país
natal fue fundado por criminales. Llevo la malicia en la sangre.
Harriet
Drake es una anomalía dentro de la política colombiana. De 32 años y oriunda de
las Islas Pitcairn —una dependencia británica en el Océano Pacífico, cuyos padres
fundadores fueron marineros amotinados que dejaron a su capitán en una balsa en
medio del mar—, se radicó en su tierra adoptiva desde que tenía 18. Sin
embargo, su rostro angelical, tez clara, rizos de oro y ojos celestes llamaron
poderosamente la atención de los votantes, quienes le ayudaron a irrumpir en el
senado en el año 2042, gracias a una reforma constitucional propuesta un año
antes por el entonces senador Edward Salazar. Tras su elección, llegó a
ser elegida presidenta del senado y, por ende, una de las escuderas de más alto
perfil del gobierno.
—En ese
caso —Edward relata en un ademán reflexivo—, podemos declarar que un comando
guerrillero atacó la Mansión Morales y mató a todos los presentes, para enviarles
un mensaje: no están seguros en ninguna parte. Entonces, yo actuaré indignado
ante este «ataque terrorista» y redoblaré los esfuerzos de este gobierno contra
las guerrillas, aumentando exponencialmente nuestra popularidad.
—¡Jajaja, brillante,
señor presidente, brillante! ¡Ya vas aprendiendo mis mañas! —la euforia de la
senadora es tal, que aplaude y sonríe perversamente el arrojo de malicia de
Edward. Más de acuerdo con su plan, imposible. No obstante, recordar un detalle
hizo que su felicidad se apagara de golpe y preguntara —Ahora que lo recuerdo,
Ed, ¿Dónde están André y Dalila?
El
presidente, sin entender del todo el súbito cambio de humor de Harriet,
responde:
—No te
preocupes por ellos. Los saqué del país esa misma noche.
—¿A dónde?
—a la senadora no le hizo gracia esa respuesta.
—A México
—notando la intranquilidad de su amiga, Edward, se pone serio y explica—. Los
jefes me dijeron que los necesitan para reclutar talentos, que nos serán muy
útiles para los conflictos venideros.
Molesta, Harriet
frunce el ceño y alzando la voz, pero sin gritar, dice:
—¿Por qué
enviaron a esos novatos a una misión tan importante? ¿Acaso se les olvidó lo
violenta e inestable que puede llegar a ser esa niña, con el poder de un
vampiro corriendo por sus venas? ¡Una sola imprudencia de Dalila, y la
Atlántida enviará a sus mejores hombres a matarnos a todos!
El súbito
cambio de comportamiento de Dalila Morales tras su conversión se dio porque los
vampiros son una especie nacida para la guerra. La sangre de André desencadenó
un cambio en la psique de la joven, dándole una personalidad más apropiada para
el combate, convirtiendo a una chica temerosa en una máquina de matar. Pero
esto es un arma de doble filo: muchos neófitos, ebrios de poder, tienden a
cometer imprudencias, provocando a enemigos más allá de sus capacidades, truncando
para siempre sus fantasías de vida eterna y poder sin límites.
—Yo les
dije exactamente la misma cosa. Sin embargo, ellos me aseguraron que no había
problema alguno. André no dejará que Dalila haga algo estúpido. Además, esa
misión será una buena prueba de fuego para probar el potencial de la chica.
—replica Edward, comprendiendo la preocupación de su amiga, pero expresando
confianza en el accionar de sus superiores.
Resignándose
a aceptar las decisiones de sus jefes, la senadora dice:
—Supongo
que no podemos hacer nada. Esos chicos ya no están bajo nuestra jurisdicción.
—Lo cual
me recuerda algo, Harriet: ¿Cómo vamos a atacar a los asociados del difunto
pastor Morales?
Consciente
de lo difícil que le resulta resolver ese problema, la senadora se recuesta en su
sillón y ubica sus manos hasta formar una pirámide, evocando un gesto pensativo:
—Matarlos
será difícil, pero no imposible. El senador Lázaro Gómez está muy bien
protegido, no solo por su escolta oficial, sino con agentes proporcionados por
los mismos atlantes. Y está el hecho que él es un…
—¿Un
monstruo igual que Uribe?
—Si Ed. Creo
que yo puedo encargarme de él. Bastará con analizar los movimientos de su
esquema de seguridad, llevar suficientes hombres y él será historia.
Aunque Harriet
se mostraba muy segura en ser capaz de ejecutar la misión por su cuenta,
Edward, preocupado por ella, intenta de persuadirla de lo contrario:
—Es
demasiado peligroso. Deja que envíe a alguien más.
Pero
Harriet insiste.
—Déjame
hacer esto a mí.
Irritado
por la imprudente terquedad de su amiga, el presidente replica con voz más
firme:
—¿Estás
segura? Si lo que me dijiste es cierto, no tendrás oportunidad alguna contra él.
¡Habrás sacrificado tu vida en vano, solo por hacerte la valiente!
Notando la
molestia de su amigo, Harriet cruza sus piernas, adoptando una postura más
desafiante, sus rizos de oro se tornan de un extravagante color lavanda y un
aura del mismo color, inofensiva pero muy vistosa, es expulsada desde su cuerpo.
Estupefacto
por el inesperado acto de magia de la senadora, Edward es incapaz de pronunciar
palabra alguna. Por eso Harriet, buscando calmarlo, amablemente explica:
—No te
preocupes por mí, Ed, que yo se pelear mis propias batallas. Los jefes no me
sacaron de las Pitcairn solo por mi linda cara. Los hechiceros que nacen con
sus poderes son muy raros y, si hay alguien que puede matar a ese monstruo, soy
yo.
El
presidente cae en cuenta de la importancia de la naturaleza de la misión de
André y Dalila: Solo un humano en un millón tiene la capacidad innata de usar
magia y, aquellos que consiguen desarrollar todo su potencial, pueden llegar a
ser tan poderosos como los dioses de las leyendas antiguas. Su existencia es
muy valiosa para los hechiceros de ambos bandos y guerras completas se han
librado a lo largo de la historia, solo por la posesión de uno solo de estos
talentos en bruto. Poseer la mayor cantidad posible, es fundamental para la
existencia del bando al que sirven Edward y Harriet, en su guerra contra la
Atlántida.
Convencido
de las capacidades de la senadora, Edward opta por darle luz verde:
—Si
quieres matarlo tú misma, hazlo. Pero, asegúrate de no precipitarte. ¿De
acuerdo?
Harriet
apaga su aura mágica, devuelve su apariencia a la normalidad y, entre risas,
responde:
—De
acuerdo amigo. Seguiré tu consejo.
—¿Qué hay
de Xiomara Cardozo?
—A ella tampoco
será sencillo asesinarla. Su perfil es más bajo, pero todo el mundo sabe dónde
está: Nunca sale de Cartagena y está protegida por todo un ejército de
mercenarios, un aquelarre de brujas y las autoridades de la ciudad. Sin
embargo, si le decimos a los jefes que nos presten al doctor Metreveli y nuestros hombres en Barranquilla y Santa Marta, creo que podremos
hacerlo.
—¿Y qué
hay con el general Istvan Halász?
—Es el más
peligroso de los tres. Es un agente atlante experto en desestabilizar países, que
ha reunido bajo su mando a los paramilitares de media Colombia, algunas
guerrillas y muchas bandas criminales, formando un ejército que crece cada día.
Los jefes lo han estado buscando desde mucho antes de que llegaran aquí, sin
éxito. Su presencia, es una amenaza constante a nuestros planes y debemos
detenerlo cuanto antes.
—En
estos momentos, los talentos del príncipe Sebastião nos serían muy útiles, a la hora de
acabar con Halász de una vez por todas.
La sola
mención de esa persona hizo que Harriet empezara a sudar frío y tras un corto
silencio, tratara instintivamente de convencer al presidente de desistir de
traerla a Colombia:
—¿Estás
seguro, Ed? ¿Acaso recuerdas el por qué los jefes nos prohibieron traerlo aquí?
Ese chico no conoce la palabra control. Si ve lo que estamos haciendo aquí,
causará un desastre tan grande que ni siquiera tú podrás ocultarlo.
Edward,
convencido de que las preocupaciones de la senadora son infundadas, se recuesta
en su sillón, enciende un puro y contesta:
—Vamos
Harriet, no puede ser tan malo.
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La
Federación Amazónica es el mejor ejemplo de cómo se puede construir un país de
la nada en el Siglo XXI. Fundado en el 2001, gracias a la gestión combinada de las
tribus indígenas de la región amazónica, los empresarios y élites políticas de la
zona, más un apoyo externo indeterminado, consiguieron que el departamento peruano de Loreto; los estados venezolanos
de Amazonas, Bolívar y Delta Amacuro; y los departamentos colombianos de Amazonas, Guainía y, Vaupés, más partes de Guaviare y Putumayo, se separaran de sus respectivos países para
formar una federación, que amenaza constantemente a sus vecinos con reclamar
más territorios para su expansión.
Un día
después de la reunión entre Edward y Harriet, en medio de la selva, está por
llevarse una reunión, cautelosamente planificada por una de las partes.
Dos
hombres, uno vestido como general del ejército amazónico y el otro como un
burócrata más del gobierno, llegaron a las cuatro de la tarde, con una nutrida
escolta hasta un poblado construido alrededor de una mina ilegal de oro, que
inexplicablemente para los visitantes, se encuentra abandonada.
Sin prestar
atención a la gran cantidad de cadáveres calcinados en las calles y alrededores
del pueblo fantasma, ellos entran a la casa más grande, esperando encontrarse
con uno de los mafiosos más peligrosos y mejor conectados del mundo.
Sin
embargo, allí dentro solo encuentran una habitación con tres sillones en mal
estado: dos de éstos están vacíos y en el tercero está sentado un adolescente de
18 años y 1,70mt de alto, de pelo castaño peinado hacia atrás, texteando desde
un celular de alta gama, con un maletín a su izquierda y vestido con la
elegancia de un gánster, ignorante de todo a su alrededor.
Irritado
por la amarga sorpresa, el militar grita —¡¿Qué diablos significa esto?! —tras
lo cual sus hombres instintivamente apuntan sus armas automáticas contra el
inesperado inquilino.
El
adolescente, sin inmutarse por las docenas de armas apuntando a su cabeza, guarda
su teléfono, mira con arrogancia a los ojos del general y afirma —Bajen las
malditas armas o no hay trato.
En el
instante en que contempló los ojos felinos color púrpura del vampiro, el
militar sintió un aura pesada y un inescrutable sentimiento de intranquilidad que
lo obligó instintivamente a acceder a su demanda, motivando a que el burócrata preguntase
—Joven, ¿es usted el príncipe Sebastião Heigui?
—No —el vampiro
lanza un dardo envenenado con sarcasmo—, ¡soy el maldito presidente de la república!
Aun sin
creerlo del todo, los visitantes deciden seguirle la corriente y se sientan en
los sillones vacíos, mientras sus escoltas se mantienen alerta ante cualquier
movimiento fortuito.
—¿Tiene lo
que pedimos? —interroga el burócrata.
—Por
supuesto. —Sebastião toma el maletín a su izquierda y de él saca unos mapas,
los cuales muestra a sus sorprendidos clientes.
Dichos
mapas muestran las posiciones de las bases de Guyana en la frontera con
la Federación Amazónica. Con esa información en sus manos, podrían invadir a
ambos países sin que ellos sepan que está pasando.
—Con estos mapas, finalmente podremos cumplir con la ambición del presidente, de
ampliar nuestra costa en el Caribe. —espeta animado el burócrata entre risas.
—¡Lo ves
amigo! —dice el militar, dirigiéndose con euforia al burócrata—, por eso te
decía que esta es la mejor etapa de la historia de la humanidad. Sin autoridad
internacional que nos ate, ahora podemos hacer lo que nos plazca.
Las constantes
ambiciones expansionistas de las potencias mundiales y los intereses de poderes
ocultos conspiraron para que, con el correr del siglo XXI, las organizaciones
internacionales fueran perdiendo gradualmente el poder que alguna vez tuvieron,
hasta el punto de que para el presente, su poder solo existe en el papel,
convirtiendo al mundo en un lugar mucho más violento, con guerras entre estados
a una escala que no se había visto en el mundo desde la primera mitad del Siglo
XX. Esta coyuntura es lo que ha permitido a la Federación Amazónica expandirse
a costa de sus vecinos, obligándolos a defenderse ellos mismos, iniciando una
carrera armamentista por toda Sudamérica.
—Qué bueno
que les guste —menciona Sebastião, irritado por tener que escuchar las insignificantes
ambiciones de sus clientes—. Ahora, si no les importa, ¿dónde está mi dinero?
Los compradores
se miran las caras con malicia, señal interpretada por sus escoltas para volver
a apuntar sus armas contra el adolescente, quien comprende que ellos nunca
tuvieron la intención de negociar con él.
—¿En serio
crees que íbamos a hacer negocios contigo, muchacho? —aclara el militar con
petulancia.
—Eres
un criminal, nosotros somos servidores del pueblo —declara el burócrata entre risas—. Si te
matamos, la Atlántida recompensará a nuestro país por matar a un traidor de la
familia imperial. Por eso no podemos dejarte vivir. Así que, gracias por sus
servicios, joven Heigui y hasta nu…
—¡AAAHHH!
Mientras
el militar y el burócrata se ufanaban por ser más listos que el joven mafioso, él
usó su magia para derretir las armas de los escoltas a tal velocidad, que el metal
fundido se escurre por su piel, causándoles un dolor tan espantoso e
inenarrable, que los neutraliza por completo, dejando a sus jefes inmóviles del
pánico.
—Los
humanos son tan patéticos —Sebastião alardea de su poder—. ¿Vieron todos esos
muertos? Eran los trabajadores de esta mina —la temperatura en el interior
aumenta exponencialmente gracias a su magia—. El gerente trató de ocultarme que
ya no era rentable, así que cuando me enteré, quise despedirlo —la voz del
joven se acelera—. ¡Pero el maldito puso a los trabajadores en mi contra! ¡Así
que los convertí a todos en antorchas humanas, como pago por su imprudencia!
El burócrata, horrorizado por la revelación y por la siniestra risotada del vampiro, gritó una sola palabra desde lo más profundo de su alma:
—¡MONSTRUO!
Un insulto
al que Sebastião reacciona con rabia.
—¡Error! Soy
un vampiro, y tienen cinco segundos para salir de aquí, antes de que cambie de
opinión.
Su cuerpo se
enciende en llamas blancas, tan brillantes como el sol, que provocan un
incendio en toda la habitación. El militar y el burócrata huyen despavoridos, y
profundamente arrepentidos de haber hecho enfadar a un demonio engendrado en
las mismas entrañas del infierno.
—Cinco.
El fuego
estelar devora a los escoltas como hormigas en una brasa ardiente. Ellos
suplican por ayuda, pero ésta cae en oídos sordos.
—Cuatro.
El militar
y el burócrata salen justo a tiempo de la casa, antes de que esta fuese
consumida por las llamas. Sienten que han escapado, pero al ver a Sebastião,
emerger con parsimonia de las llamas, entienden que su única opción es correr
tan rápido como puedan.
—Tres.
Los dos
hombres recorren los edificios de forma irregular, buscando despistar al
vampiro.
—Dos.
Convencidos
de que lo han perdido, divisan las camionetas que los llevaron ahí. Tras
montarse en ellas, ordenan la retirada y los cuatro vehículos arrancan a toda
velocidad.
—Uno.
Ya lejos
de la mina, el militar contempla con espanto como el pueblo va siendo consumido
por las llamaradas estelares de Sebastião, aunque al mismo tiempo, se siente
aliviado por haber podido salir con vida y con los valiosos mapas. Cualquier sacrificio
es necesario con tal de alcanzar la victoria.
—Cero.
La
caravana se detiene súbitamente y el burócrata se queja airadamente. Pero cuando el conductor le señala la razón, él queda pálido del espanto.
Sebastião Heigui había volado desde el pueblo fantasma hasta la carretera, posándose a
pocos metros delante de la caravana. Él extiende su brazo derecho, creando una
bola de fuego blanco de la palma de su mano…
—Se acabó
el tiempo. Hora de morir, insectos.
La bola de
fuego se transforma en un haz de luz incandescente con llamas surcando en espiral,
un hechizo que atraviesa los automóviles, haciéndolos estallar y matando a
todos sus ocupantes.
Cuando se
aprestaba para salir de allí, recibe un mensaje de texto que le alegra
enormemente la noche:
—«Dirígete
a lo más rápido que puedas, que un avión te está esperando con destino a
Colombia. Los jefes te autorizaron para venir aquí. Avisa cuando llegues. Mamá».
—Jajaja, así
que finalmente me permitirán pisar ese país. Esto será muy divertido.
Sebastião
toma impulso poniéndose de rodillas, hasta generar la suficiente fuerza mágica
para salir volando hacia su destino.
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