Año 2048.
Si hay una palabra para definir la
vida de Lucia Coronado, esta sería «tragedia». Nacida en Escuintla, Guatemala,
es hija de ambientalistas que, debido a sus gestiones en la protección de las
selvas del Yucatán y la protección de los indígenas mayas que viven en sus
cercanías, un empresario salvadoreño radicado en México ordenó su muerte, ya
que eran una amenaza a las inversiones que planeaba hacer en la zona.
Huérfana a los siete años y sin
lugar a donde ir, una tribu maya la acogió y la ocultaron del verdugo de sus
padres, mientras ella usaba sus talentos con la magia para ayudarles a
sobrevivir en el campo.
Lucia nació con la excepcional
habilidad de usar magia, el poder de controlar las plantas y su crecimiento ha
sido la lección más valiosa que sus padres, diestros hechiceros, han podido
dejarle. Un legado que ella, ahora con dieciséis años, ha desarrollado
enormemente, logrando salvar de la hambruna a su tribu en varias ocasiones,
ganándose su amor y gratitud, pese a que sus facciones evocadoras del opresor
español, cabellos castaños y, ojos con el color del bosque, contrastan
enormemente con las pieles marrones de su familia adoptiva, por lo que ellos
cariñosamente le bautizaron «La Maya Blanca».
—¡No puede ser! ¡¿Cómo pudieron
hacer esto?!
Tras haber tenido un día
excepcionalmente bueno vendiendo artesanías en la ciudad, Lucia fue a la mañana
siguiente a comprar ropa nueva a Cancún y, al llegar alrededor de las tres de
la tarde, se encuentra con una sorpresa devastadora: toda su tribu fue
masacrada en su ausencia.
La rabia y la impotencia intentan
apoderarse de ella, pero Lucia no deja que esos sentimientos la dominen; sabía
que esto podría pasar tarde o temprano. Empieza a explorar desesperadamente cada
casa, con la esperanza de encontrar sobrevivientes, pero sus esfuerzos fueron
infructuosos; todo hombre, mujer y niño fue asesinado a disparos. El modus
operandi hace presentir a la joven de que este ataque no fue al azar; estaba
destinado contra ella.
Cuando entró en su casa, halla a
sus padres adoptivos totalmente descuartizados y, con un mensaje a sus pies
escrito en sangre, comprobando que sus sospechas eran ciertas.
El mensaje, escrito en lengua maya,
dice «TIN KAXTAJ A».
—Te encontré. —Lucía susurra con
odio el significado de esas palabras.
Para este punto, ella ya no puede
contenerse. Se pone de rodillas para romper en llantos y gemidos, que expulsan
toda la tristeza reprimida en su alma.
Una vez más, ella estaba sola en el
mundo.
Una vez más, la codicia le arrebató
todo lo que le importaba.
Los mismos que mataron a sus padres
biológicos hacía ocho años, volvían para torturarla.
Lucia solo tiene dos opciones: o
sigue escondiéndose de su pasado, o salda cuentas de una vez por todas.
Ella mira a los cadáveres de su
familia adoptiva una vez más, sale de la casa y desenvaina el bastón de metal
que lleva en su espalda y le ayuda a conjurar sus poderes místicos, haciendo
crecer desmedidamente las raíces de los árboles del pueblo, enterrando todas
sus casas junto con sus inertes habitantes.
Que los dioses los acojan en el
paraíso. Juro que haré pagar a los que les hicieron esto, aunque tenga que
morir en el intento.
Habiendo enterrado a sus muertos,
Lucia pliega su báculo, recoge sus cosas y sale del pueblo, a sabiendas de que
no puede esconderse más de su destino. Destruirá a su enemigo de una vez por
todas, o acompañará a sus seres queridos en el más allá.
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San Miguel de Cozumel es la capital
de la isla de Cozumel, una de las islas más grandes de México. Al encontrarse
en el Mar Caríbe, su clima es muy cálido y gracias a sus hermosas playas y
hoteles de lujo, durante largo tiempo ha sido uno de los destinos turísticos
más populares del país.
A las ocho de la mañana, Esteban
Velásquez debería estar disfrutando como todas las mañanas, de la hermosa vista
del mar mientras el sol se eleva en el horizonte, desde la terraza de su
mansión. En vez de eso, está allí con sus hombres deleitándose con el informe
de su misión:
—Señor, como se lo mencioné por
teléfono, ¡la misión salió de pelos! Llegamos al pueblo, violamos a las mujeres
antes de matarlas, rellenamos de tiros a todo ser vivo, llegamos a la casa de
la chava y, cortamos a sus viejos con una motosierra que llevamos para la
ocasión. Por último, se nos ocurrió dejarle un mensaje escrito con la sangre de
sus padres. —describe El Mayor su macabro itinerario con gozo homicida y desdén
por la vida humana.
Como muchos oficiales desempleados
del Ejército Mexicano, El Mayor es un hombre frustrado por haber sido
descartado sin pena ni gloria, a pesar de haber dado todo por servir a su país.
De treinta y seis años y bajo de estatura, su contextura gruesa, mirada siempre
oculta bajo gafas de sol y sonrisa sutil pero siniestra, le confieren un aura
de sadismo y sed de sangre, que solo encuentra placer en el asesinato y la
masacre. Un placer que se convirtió en una carga para su país, pero no para
Esteban Velásquez, quien pudo ofrecerle seguir haciendo lo que más le gusta,
por más dinero del que alguna vez pudo soñar.
—Excelente, muchachos, excelente.
Cuando esa chava sepa que fuimos nosotros, vendrá hasta mí. Será entonces,
cuando la pondré de rodillas y reconocerá al Emperador como su amo y señor. —sonríe
Esteban, lleno de dicha, mientras saca del bolsillo de su camisa blanca, un
pequeño frasco en el que se hallaba una pequeña mariposa blanca con las alas
plegadas, las cuales brillan con tal intensidad que hacen que el frasco brille
como una lampara eléctrica.
El curioso objeto llama la atención
de los diez militares allí presentes, que preguntan unánimemente «¿Qué es esa
cosa?». Su jefe, sin ánimo de mofa por la ignorancia de sus hombres, les
responde:
—Esto que ven, es un parásito ardat
lili, un regalo del Emperador de los Atlantes para sus súbditos más leales. Se
ve inofensivo, pero si uno de estos entra en sus cuerpos, los conectará con el
poder cósmico que mantiene la vida del universo: la magia.
—La neta, señor. Se ve bien chido.
—expresa asombrada una de las dos mujeres del grupo. Nunca había visto algo así
en su vida.
Su sorpresa es compartida por todos
sus compañeros, excepto El Mayor, quien se mantiene serio y, en su acostumbrada
suspicacia pregunta:
—¿Por qué nos muestra esto, señor?
—Porque, así como el ardat lili da
poder, ata la mente del huésped a los designios del Emperador, mi ancestro.
Cuando Lucia Coronado llegue a mí, yo implantaré este parásito en ella,
convirtiéndola en una más de sus sirvientes, ganando un diamante en bruto más
para la Atlántida.
Esteban Velásquez es uno de esos
pocos afortunados que lo ha tenido todo desde que nació. Su familia, muy
importante en Centroamérica, es una de las ramas de la familia imperial atlante
que, junto a sus inversiones en la industria turística, lo han convertido, con
tan solo 37 años, en el millonario dueño de la isla de Cozumel. Pese a haber
nacido en El Salvador, el haberse radicado en México le ha hecho perder su
acento natural. Además, su gran altura, pelo rubio, ojos púrpura y aires de
galán, le hacen el centro inmediato de atención dondequiera que vaya.
—Entiendo señor —indica El Mayor—.
¿Cuándo cree que ella se mostrará?
Esteban se recuesta en un sillón
cercano, guarda el frasco en su camisa y demostrando su confianza, relata con
desparpajo:
—Ella llegará a esta isla en cualquier
momento. No es una soldado, solo es una chava que botó la canica, así que hará
mucho ruido y atacará a cualquiera que se entrometa en su camino. Mayor,
mantenga a sus hombres alerta y no se confíe con que sea una niña. Es una
hechicera muy peligrosa e inestable, así que actúe con cautela.
—Asumo que no la quiere muerta.
—Exacto —sonríe Esteban—. Eso es lo
que me gusta de usted, mayor. Siempre al grano. Prepare a sus hombres, que yo
esperaré a que caiga directo a nuestra trampa.
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Una semana después y en pleno lunes
a media noche, las calles de San Miguel de Cozumel, una ciudad de ochenta mil
habitantes, se hallan plagadas de policías y milicianos pagados por Esteban
Velásquez, unidades que suman casi diez mil hombres. Ellos hacen parte de su
plan para capturar a Lucia Coronado con vida. Si bien no tienen una idea clara
de su apariencia, si saben que es una hechicera furiosa que controla las
plantas. Así que cuando empiece a usar sus poderes, la descubrirán.
Cuatro policías que hacían guardia
en un puesto de control en la avenida más importante de la isla, habían
parqueado sus patrullas a un lado de la avenida y, estaban charlando sobre la
inutilidad de su misión para matar el tiempo:
—Oigan cuates, se me hace que el
patrón se le zafó un tornillo. —se queja uno de los agentes, un sujeto gordo de
baja estatura que siempre tiene una bolsa con golosinas en su mano.
—Nah, ¿acaso importa? Con tal de
que me paguen, yo hasta le arreglo la cama y le hago un cóctel. —replica con
desgano una de sus colegas, una mujer pelirroja entrada en sus cuarentas,
malhumorada y poco agraciada.
—¿Y también le haces algo más? —pregunta
con picardía otra policía tras soltar unas carcajadas, una mujer joven de
buenos atributos, piel morena e irreverente.
—Escuincla babosa —contesta la
pelirroja con cierta molestia—. Para que lo sepas, el patrón nos ha puesto a
hacer trabajos extraoficiales de todo tipo, Robos, incriminaciones,
ejecuciones extrajudiciales, etcétera, etcétera. Tú solo lo haces y él te paga,
no se hacen preguntas. Y ya que estamos hablando de eso, ¿por qué creen que él
quiera a esa chava?
—Debe ser porque hace ocho años,
don Esteban nos ordenó ejecutar a dos chapines que habían metido sus narices
donde no los habían llamado. —explica el gordo, como si se tratara de un buen
recuerdo.
—Oye gordo, no se te olvide que yo
también estuve ahí. Esos dos eran ambientalistas guatemaltecos y si mi memoria
no me falla, eran los papás de la chava que el patrón quiere con vida. ¿no es
así? —aclara el cuarto miembro del escuadrón, un hombre mayor y delgado que
hace años debió jubilarse.
—Si, es verdad —confiesa la
pelirroja—. Me acuerdo de que el hombre trató de sobornarnos para que le
perdonáramos la vida a su mujer. Pero no. Nos mantuvimos firmes con don
Esteban, los amarramos a sillas de metal, tiramos los tortolitos al mar y esa
misma tarde, el patrón nos pagó el doble de la lana que ese pinche chapín nos
ofreció. Jajaja.
—Por cierto, pinche viejo, hace
rato debiste cobrar pensión. ¿Por qué sigues aquí? —curiosea la morena, entre
la broma y la grosería.
—Si, es verdad —el anciano policía
responde con desparpajo—. De hecho, yo cobro mi pensión, así como mi sueldo de
policía, pero el patrón me sigue pagando para que me quede con el uniforme. Y
yo como el que no quiere la cosa…
—¡Eres un pinche poli corrupto!
—¡La neta, chava! ¿Qué acaso no lo
somos todos?
Los cuatro policías se sumen en una
sonora carcajada, admitiendo descaradamente su culpa. La corrupción en el
cuerpo de policía de Cozumel es tan grande, que los agentes son poco más que
criminales con placa. Ellos se encargan de deshacerse de todos aquellos que
Esteban Velásquez considera una amenaza, a cambio de pagarles un sueldo tres
veces mayor del que oficialmente reciben.
El rato de distracción es
interrumpido por la presencia de una misteriosa joven que camina sola por la
avenida. Armada con un báculo, es de cabellos castaños y ojos verdes, usa una
camisa verde oliva, una larga chaqueta negra con diseños mayas, pantalones y
botas negras.
Los agentes le ordenan detenerse.
La joven hace caso omiso a la advertencia. ¿Será que es su blanco?
El escuadrón saca sus armas,
excepto el anciano, quien confía en su juicio, retrocede hasta la patrulla y
avisa a sus compañeros que encontraron a Lucia Coronado.
Sin embargo, antes de que los demás
agentes dispararan, Lucia hizo crecer velozmente las ramas de la maleza a un
lado de la avenida, estrangulando a los policías, lentamente hasta dejarlos sin
aire. El anciano agente, sabiendo que es inútil pelear contra ella, alza las
manos y pide clemencia.
Lucia apunta su báculo hacia el
cuello del policía, mientras varias ramas lo rodean y le pregunta:
—¿Por qué no debería matarte?
—Busca la mansión de don Esteban
¿no es así? Yo sé dónde está.
Lucía asiente silenciosamente sin
mostrar emoción alguna. El policía no se guardará nada. Es hora de cantar o
morir.
—Está en una mansión a veinte
minutos a pie. Si vas derecho por esta avenida, llegarás fácilmente.
—¿Debo preocuparme por alguien más?
No se te ocurra mentirme.
—Habrá al menos una barricada por
este camino. Fuera de eso, don Esteban tiene sus propios hombres, pero no tengo
más información sobre ellos.
Los años de experiencia le han
permitido al policía controlar sus emociones y mostrarse calmado ante la hechicera,
mientras contiene el profundo terror que le causa su presencia. Está consciente
que, sin saberlo, Lucia ha cobrado venganza por la muerte de sus padres
biológicos, pero, si ella se entera que él también participó de su asesinato,
no podrá hacer nada para que esa vendetta se consume del todo.
—¿Es todo lo que sabés?
—Jovencita, tiene mi vida en sus
manos. ¿Cree que le mentiría?
Un movimiento de su báculo bastó
para que las plantas dejaran de rodear al anciano y tan rápido como fue su
ataque, así terminó. Mientras ve a la joven caminar hacia su destino, este se
pone de rodillas y agradece al cielo su buena suerte. Pase lo que pase, esa ha
sido su última noche en la policía y como matón de don Esteban. No volverá a
tentar a su suerte nunca más.
En medio camino de la mansión,
Lucia se encuentra con una barricada de la policía, que la recibe con una
ráfaga brutal de disparos con armas láser de todos los calibres.
Desde el año 2025, las armas láser
fueron gradualmente sustituyendo a las armas con balas. Más baratas de producir
y mucho más poderosas que sus antecesoras, terminaron por masificarse en muy
poco tiempo y ya para el 2037, las municiones sólidas ya eran consideradas
reliquias del pasado.
Para protegerse del comité de
bienvenida, la hechicera había creado previamente una barrera hecha con toda la
materia vegetal que pudo encontrar, armando una pared de hojas, ramas y raíces
de más de diez metros de espesor. No obstante, el calor del láser empezó a
incinerar la barrera. Solo era cuestión de tiempo para que esta cediera ante el
poder de fuego de cincuenta armas láser, cada una tan poderosa como para hacer
estallar un automóvil de un solo disparo.
Lucia adopta un plan B: lanza la
barrera para embestir la barricada. Cuando los policías ven la pared vegetal
dirigiéndose contra ellos, algunos valientes siguen disparando, mientras que
los más sensatos se hacen a un lado de la avenida y se lanzan despavoridos
hasta el mar. El dinero no vale la vida.
Los que permanecieron en sus
puestos, junto con todos los autos oficiales, fueron aplastados por toneladas
de materia vegetal ardiente. Aquellos que murieron instantáneamente, fueron
afortunados; los que no, sufrieron una agónica muerte en medio de las llamas de
las plantas que eran consumidas por el fuego que ellos mismos crearon.
Aunque está consciente de los
sucesos que pasan en su isla, Esteban Velásquez se mantiene calmado en el
interior de su mansión, bebiendo una copa de champaña, sentado en su sillón
favorito y rodeado de sus mejores hombres. Los policías que están arriesgando
sus vidas luchando contra la hechicera hambrienta de venganza, son solo una
distracción para poner a su contrincante en calor para la verdadera batalla.
—Señor ¿cree que debamos ir a
buscarla? —pregunta El Mayor mientras acaricia su rifle. Está ansioso por
entrar en batalla contra la hechicera.
—Paciencia amigo mío, paciencia.
Ella llegará a nosotros.
Las palabras de Esteban resultaron
ser proféticas. Lucia aterrizó en picado en medio de la azotea de la mansión.
Enterrando su báculo en el suelo, creó una potente descarga mágica que expulsó
por los aires a los más de cuarenta mercenarios que se hallaban ahí. Una caída
de más de veinte metros de alto de la que ninguno sobreviviría. Solo Esteban,
El Mayor y nueve de sus hombres lograron sostenerse.
Lucia nota que aún hay enemigos en
la azotea de más de cincuenta metros de diámetro, lo cual lleva a que pregunte:
—¿Cómo diablos ustedes no salieron
volando?
—Simple —sonríe Esteban tras
terminar su trago de un sorbo y tirar la copa al suelo—. Todos aquí somos
hechiceros, como tú. Solo tuvimos que usar el mitegia para pegar nuestros
cuerpos al suelo. Un truco simple, pero efectivo.
—¿Mitegia? —el término le resulta a
Lucia tan desconocido, como si de una lengua alienígena se tratase.
—¿Ni siquiera sabes que significa?
¿Y te haces llamar hechicera? ¡¿Me das vergüenza?!
Esteban se levanta con rabia de su
sillón y ataca a Lucia con un rodillazo en la barriga. El golpe fue tan veloz
que ella fue incapaz de reaccionar, y tan fuerte, que la lanzó de inmediato al
suelo. Su vulnerabilidad fue aprovechada por él para patearla con sevicia la
cara y lanzarla a los brazos de una mercenaria, quien le aplicó un abrazo de
oso, inmovilizándola en el acto.
Esteban se dirige hacia ella
estirando sus dedos. Lucia pisa con fuerza a su enemiga, haciendo que ella la
suelte, pero no fue suficiente para evadir el puñetazo del empresario que se
asentó en su mentón, que la mandó a volar casi dos metros hasta caer de
espaldas al piso.
Cuando Lucia intenta levantarse, El
Mayor y sus hombres la rodearon para patearla a placer. Indefensa, ella
comprende que cayó en una trampa. La azotea no tiene ninguna planta que pueda
usar como arma y nunca aprendió a luchar fuera del bosque, donde pasó casi toda
su vida. Su impulsividad le ha costado la victoria.
Tras más de cinco minutos de
castigo, El Mayor ordena a sus hombres que se detengan y la levanten. Por su
parte, Esteban tiene unas palabras que decirle a la joven derrotada:
—¿Saben muchachos? Hay solo una
cosa que odio más que los que se entrometen en mis negocios, y esos son los
ignorantes, en especial esos hechiceros que atribuyen sus poderes a dioses de
fantasía. Tus padres y tú cumplen con todas esas características y, si no fuera
porque eres una rareza, dejaría que El Mayor y sus hombres te mataran a golpes.
Esas palabras pasan a ser una
puñalada al orgullo y la fe de Lucia. Sus padres le inculcaron que sus poderes
provenían de los mismos dioses que los mayas adoraban, lo cual motivó a que
desde muy joven adoptara muchas costumbres religiosas mayas y a la larga, le
permitió adaptarse a la tribu más fácilmente.
—¿De…qué…estás…hablando? —La
golpiza que sufrió Lucia la ha dejado malherida, con muchos moretones, su
rostro desfigurado, varios huesos rotos y tan débil, que apenas si puede
hablar, ni mucho menos sostenerse sola.
—Hablo de que soy un fiel creyente
en el dios verdadero y su poder.
Esteban vuelve a sacar el frasco.
La expectativa sobre lo que es esa cosa, hace que Lucia se llene de pánico.
—¿Qué…diablos…?
—Verás niña, cuando sepas qué es
esto, tu mente se abrirá por completo.
Esteban abre el frasco y el ardat lili,
como si hubiera despertado de un largo sueño, sale del frasco, estira sus
patas, despliega sus brillantes alas y sale a volar, hasta quedarse aleteando
cerca del rostro de Lucia. Las alas del parásito despliegan un intenso, pero
antinatural brillo que baña su rostro.
—¿Qué…es…esta…luz? Tan…fuerte,
pero…tan…fría.
—Es la luz de Dios. La
manifestación de su poder. Una vez entre en ti, también será tu Dios.
El ardat lili estaba listo para
entrar en el cuerpo de Lucia. Esteban, y sus hombres ya contemplaban sonrientes
como esta hechicera, sería transformada en una esclava más del Emperador de los
Atlantes…
—¿Pero qué…?
Nadie lo podía creer. Todos quedaron
estupefactos al ver como el parásito era cubierto por una capa de hielo hasta
congelarse y quebrarse al caer, igual que un adorno de porcelana.
Y entonces, aparecieron.
—Lucia Coronado Akinfeeva. Vaya que
eres bien difícil de encontrar. —expresa una voz masculina, aguda como la de un
adolescente recién salido de la niñez, con un marcado acento portugués y llena
de alegría, al tiempo que crea una katana de hielo.
—Tres meses. Hemos estado en este país
tres malditos meses sin tener pista alguna de usted. Al menos tendré muchas
presas con las que desahogar mi rabia. —se queja la voz femenina, igual de
precoz que la de su compañero, sin embargo, destila furia homicida mientras
juega con un yoyo.
Esteban y varios de sus hombres
dirigen sus miradas a la puerta de la azotea, ubicada casi en el centro de
esta. No fue difícil para él identificar a los intrusos:
—¿André Heigui? ¿Qué pinches
madres haces aquí, primo? ¿Y quién es esta chava?
—Nah, solo quiero a esa chica —el
brasileño expresa tras señalar a Lucia—. ¿Y ella? Es mi novia, Dalila Morales. Así que ordena a tus perros que la suelten de una vez, o
te daremos una paliza.
Sin dejarse amedrentar por el tono
altivo de su primo, Esteban ríe y recalca con soberbia las consecuencias de
retar a la autoridad imperial:
—André, sé que tu familia le dio la
espalda al Emperador para unirse a nuestros enemigos. Estúpidos. ¡Él es el
único soberano, el rey de reyes y señor de señores! Tu familia se ha pasado al
bando perdedor. Su osadía y falta de visión serán su ruina.
Los Velásquez y los Heigui
tienen una cosa en común: son familias que descienden del Emperador de los
Atlantes. Pero las similitudes terminan ahí: Mientras que la casa centroamericana
ha permanecido leal a la autoridad imperial, los brasileños se declararon en
rebeldía hace años, una acción que el resto de la familia imperial no ha
escatimado en esfuerzos para ridiculizar por todas partes.
Dicho alarde hizo mucha gracia a
André:
—Dalila ¿Estás escuchando a este
tarado? La Familia Heigui no tiene leyes que la aten. Hacemos lo que queremos,
cuando queremos, donde queremos. Y si no te gusta, puedes hacer como dicen aquí
en México «¡ve a chingar a tu madre!».
El dardo verbal es la señal de
ataque. La colombiana lanza su yoyo contra el rostro de uno de los soldados,
mandándolo a volar casi un metro hasta que, estando en el suelo.
—¡AAAHHH!
El rostro del soldado caído
repentinamente se cubre de fuego. Su sufrimiento hace que arrastre su rostro
contra el suelo, en un vano intento de apagar las llamas que en cuestión de
segundos lo cubren, cual antorcha humana.
La impotencia de ver a uno de los
suyos morir en llamas tomó por sorpresa a los soldados, que tras el sobresalto
descargaron sus fusiles de asalto contra la pareja de vampiros.
Para su infortunio, André levanta
casi de inmediato una pared de hielo. No importa cuánto disparen, sus armas no
logran penetrar la barrera, de la que van emergiendo una serie de puntas de
lanzas, que atraviesan los corazones de todos los atacantes…
—Pfff, qué más da. Así será más
divertido ¿No lo cree, señor?
Sorprendentemente, El Mayor logra
salvarse destruyendo la lanza de hielo con una patada giratoria, mientras que
Esteban la esquivó en el último segundo, quedando solo ellos dos contra André y
Dalila.
—Sin duda alguna —expresa el
salvadoreño—. Mayor, enséñele modales a esa chava. Tengo asuntos que atender
con esta rata traidora.
Como preludio al combate, El Mayor
se quita los lentes oscuros, revelando que estos son rojos como la sangre y su
esclerótica es negra como la oscuridad de la noche que, combinados con su
expresión homicida, le dan un aspecto demoníaco, el cual André no tarda en
identificar:
—Dalila, ten cuidado con ese
sujeto. Es un lilim, así que no te contengas en lo más mínimo, o morirás.
—André, usted sabe que no me gusta
contenerme.
Esteban se abalanza desde una
distancia de más de diez metros contra André con una patada voladora, quien
contraataca con su katana de hielo.
Pero inexplicablemente, esta se
rompe al entrar en contacto con el pie del humano, el cual se hinca en el
rostro del vampiro y lanzándole hasta uno de los bordes de la azotea, no sin
antes ser arrastrado casi dos metros por el aparatoso aterrizaje.
Antes de que su enemigo tome la
iniciativa, Dalila lanza su yoyo hacia la cara de El Mayor, quien esquiva el
ataque echando su cara a su izquierda. La vampiresa continúa el ataque,
realizando movimientos cada vez más acrobáticos y veloces, pero la agilidad y
reflejos inhumanos de El Mayor le permiten esquivar todos esos ataques.
Llega un momento en que el lilim se
aburre y toma el yoyo por la cuerda, jalando a Dalila directamente hacia su
puño izquierdo, hundiendo su rostro en el piso.
Sin embargo, la vampiresa logra
levantarse, usando magia para ejecutar una acrobacia imposible para un humano:
se impulsa desde el suelo, salta y rueda horizontalmente casi dos metros hasta
posarse de rodillas a una distancia segura de El Mayor, al que la frustración
de haber fallado su golpe, lo ha llenado de rabia.
Esteban, confiado en su victoria,
se acerca con parsimonia hacia André, quien se levanta a toda velocidad y, con
un movimiento de sus manos, crea docenas de lanzas de hielo que lanza contra su
enemigo.
—Imposible.
Pero todas se rompen al hacer
contacto con la humanidad de Esteban Velásquez, quien corre hasta el vampiro
con tal rapidez, que lo agarra del cuello sin que pueda reaccionar y lo lanza
cual muñeco de trapo hasta Dalila, tomándola por sorpresa y haciendo que ambos
caigan cómicamente al suelo.
—Tu magia de hielo es inferior a mi
Armadura Somática. No importa que tan fuerte seas, mi cuerpo se hace más
resistente a cualquier objeto físico que trate de dañarlo. ¿No te das cuenta?
¡Mi magia es infalible! ¡Y tú eres patético! —sonríe el empresario con altivez.
Está convencido que su primo vampiro es inferior a él en todo sentido.
—Señor, yo opino que los
crucifiquemos y dejemos que el sol los mate, pero antes deje que me divierta
con esa chava. —complementa El Mayor, mientras estira sus dedos, pone sus ojos
demoníacos sobre Dalila y saborea sus labios. Se muere de ganas de violar a la
joven vampiresa antes de matarla.
—Eso no servirá —aclara Esteban—.
Contrario a lo que dicen las películas, los vampiros no mueren al contacto con
la luz del sol. Eso no es más que pura ficción. Si quiere hacerle algo, le
sugiero que sea ahora qué está débil.
André y Dalila no responden, solo
se miran a los ojos y ante la mirada atónita de sus enemigos, se levantan
rápidamente. Mientras él hace movimientos fluidos con sus manos que empiezan a
acumular partículas de hielo a su alrededor, ella le lanza su yoyo a la cara de
Esteban.
—¡AAAGGGHHH!
Quien está tan distraído vigilando
a André, que olvida que esta es una pelea de dos contra dos. Infortunada
sorpresa es para Esteban, que el fuego de su cara se extiende por todo su
cuerpo en cuestión de segundos. Su agonía lo hace retorcerse y rodar por el
suelo, en un intento desesperado e inútil de apagar las llamas. Un momento que
aprovecha Dalila para regocijarse en su sufrimiento, mientras explica la razón
de su derrota:
—Tal vez su magia lo hace
invulnerable a los ataques físicos, pero ¿Qué tal si le prendemos fuego? Mi
yoyo contiene un hechizo que hace arder toda materia orgánica, excepto la mía,
haciéndolo vulnerable a mi poder. Además, todo hechizo necesita de mitegia para
funcionar, así que, cuando mi yoyo de fuego se encuentra con su Armadura
Somática, es como echar un fósforo a un barril de pólvora.
El Mayor queda impotente al ver a
su señor ser consumido por el fuego desde la cabeza hasta los pies, hasta que
muere calcinado en cuestión de segundos.
Pero la batalla aún no ha
terminado.
El lilim se cubre de un aura
blanca, tan intensa que puede ser vista a muchas calles a la redonda, pero tan
fría que baja la temperatura de la azotea a menos diez grados centígrados.
—André ¿qué clase de poder es ese?
—Esa, mi querida Dalila, es una
Metamorfosis Alfa. La habilidad de los lilims de transformarse en monstruos,
aumentando sus poderes por diez. Papá me contó que la Atlántida los ha
usado como tropas de élite durante milenios. Tanto así, que algunos creen que
las bestias mitológicas de la antigüedad eran en realidad lilims.
El aura blanca se disipa y la
transformación es evidente: El Mayor ahora es un enorme hombre lobo, con plumas
negras en vez de pelo, de tres metros de alto, que tiene una larga cola de dos
metros de largo con una mano de cinco dedos en la punta.
—¡AÚÚÚ!
El estruendoso aullido de El Mayor
se escucha por toda la isla, llegando incluso a aterrorizar a Lucia, tendida en el suelo e incapaz de moverse. Cuando el hombre lobo posa
sus ojos en Dalila, ella se pone en guardia. Está aterrada, nunca había
visto un enemigo así en su vida, pero el entrenamiento que tuvo con su novio ha
dado sus frutos. Está lista a luchar la batalla de su vida… pero, su novio
tenía otros planes:
—Me estorbas.
La nube de hielo que André había
conjurado se concentró en sus manos. Cuando El Mayor salta cual bestia
hambrienta hacia él y Dalila, el vampiro las pone en el suelo y la azotea se
cubre de cientos de lanzas de hielo que atraviesan los órganos vitales del
lilim, matándolo casi instantáneamente.
Lucia, quien presenció impotente
toda la batalla, nota que todo el tiempo que El Mayor tardó en transformarse
—alrededor de cuarenta segundos—, el hechicero del hielo lo usó para conjurar
el hechizo que le causó la muerte. Esa demora resultó fatal.
Tras su victoria, André y Dalila
llegan hasta la «Maya Blanca», la recogen del suelo y la recuestan en la pared que
rodea la escalera de acceso a la azotea de la mansión. Es ahí cuando ella puede
ver de cerca a sus extraños salvadores:
—¿Quiénes son ustedes? ¿Qué son
ustedes? ¿Y qué quieren de mí?
Percibiendo la obvia desconfianza
de Lucia, André intenta tomar la palabra, pero Dalila le toma del brazo,
pidiéndole silenciosamente que esta vez, le deje las explicaciones a ella:
—Iremos por partes. ¿Quiénes somos?
Yo, soy Dalila Morales, soy colombiana y tengo catorce años. Él, es André Heigui, es brasileño, tiene dieciséis y es mi novio. ¿Qué somos? O sea,
somos vampiros. Nuestros ojos y dentadura nos delatan. ¿Qué queremos de usted?
Que se nos una y nos ayude a pelear contra los tipos que le hicieron esto.
El tono conciliador de Dalila le
recuerda a André un poco a como era ella antes de ser vampiro. El tiempo que
han estado juntos, ha servido para que aprenda a contener el lado asesino del
vampiro cuando no lo necesita y, sacar a relucir lo que le queda de su esencia
como humana.
—¿Por qué? Ya los mataron a todos.
Todo terminó.
—Para nada. Esteban Velásquez es
solo un eslabón muy bajo en la cadena de mando de los amos de este
mundo: el Clan de la Atlántida. Si está sola, no importa si se esconde en el
rincón más remoto del planeta, no duraría ni un día antes de que ellos la
encuentren.
—¿Por qué debería tenerles miedo?
—pregunta Lucia con altivez. Cree que todas esas afirmaciones son mentiras
sacadas de una teoría conspirativa.
—Si esa cosa hubiera entrado en su
cuerpo, se habría convertido en un lilim, un monstruo esclavo de la Atlántida y
habríamos tenido que matarla. Igual que a ese sujeto.
Dalila le señala a Lucia el cadáver
ensartado de El Mayor, que lentamente va recuperando su forma humana. La mueca
de rechazo que hizo al verlo demuestra que ella definitivamente no quiere
convertirse en algo como eso.
—¿Por me quieren a mí? —Lucia
pregunta, esta vez en un tono más intranquilo.
—Estamos en guerra Lucia. Las semillas estelares como usted y yo, somos muy raras. Si conseguimos
suficientes, podríamos tener una ventaja contra la Atlántida. Pero los atlantes
lo saben y quieren convertir en lilims a todas las que encuentran. Así como
nosotras, hay dos más en México que debemos salvar de ese destino.
—¿Dos más? —La «Maya Blanca»
empieza a creer.
—Si. Una está en Cancún y la otra
creemos que está en Monterrey. Cuando le buscábamos, escuchamos los relatos
sobre como ayudó a esa tribu todos esos años. A usted le gusta ayudar a las
personas. —Dalila se pone en cuclillas, agarra suavemente sus manos y la mira
fijamente a los ojos, en señal de súplica— Lucia, ayúdenos a salvarlas del
cruel destino que les espera si la Atlántida las encuentra primero.
Aunque Lucia al principio sentía desconfianza por la vampiresa, debido a su naturaleza no humana, apelar a su buena voluntad ha ayudado a que empiece a creer en la sinceridad de sus intenciones. No obstante, ella también está consciente del riesgo que implica seguir los pasos de los vampiros, ya que si es cierto todo lo que dicen, tendrá que cuidar sus espaldas por el resto de su vida.
—Bueno, ya que no tengo a donde ir,
no tengo nada que perder, así que, si quieren que les ayude, tendrán que
cargarme. No puedo mover ni un músculo.
Los vampiros sonríen. No solo han
cumplido con la misión, como valor agregado, consiguieron destruir una célula
atlante por su cuenta. Ambos la cargan sin queja hasta sacarla de ahí con rumbo
a su siguiente destino.
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