11 CONSUMACIÓN


Capítulo anterior: https://gary-d-crowley.blogspot.com/2020/05/10-almas-entrelazadas.html

Febrero del año 2049.

El archipiélago de San Andrés y Providencia ha sido un punto de tensión en las relaciones entre Colombia y Nicaragua. Tras haber sido arrebatado a los británicos en 1786, en el país centroamericano siempre hubo un sentimiento de injusticia al hecho de que, un territorio tan cercano a sus costas —a 220 kilómetros de distancia—, no les pertenezca, especialmente por el hecho de que fue España, la potencia colonial de la época, quién la incluyó en el Virreinato de la Nueva Granada, colonia de la cual eventualmente surgiría Colombia.

Estas tensiones se mantuvieron dormidas, principalmente por la relación cordial que ambos países disfrutaron tras su independencia. Pero, cuando el señor nephila de América Central, Axtreion de Iota Polemistís, motivado por la rebelión de Protogion y el ascenso del Brasil al sitial de las potencias mundiales, gestiona, por medio de sus agentes, la transformación del ejército nicaragüense, en una fuerza militar capaz de desplegarse y proteger a toda su zona de influencia de invasiones extranjeras y entablar guerras de expansión, exacerba las tensiones nacionalistas en Nicaragua, con tal de que el pueblo apoye la invasión a las islas, las cuales se realizan entre los años 2048 y 2049. Pese a que ambas se saldaron con derrota para los centroamericanos, el enorme volumen de bajas propinadas al ejército colombiano, mancharon el éxito de estas defensas ante la opinión pública, al tiempo que los opositores al gobierno de Edward Salazar las tachan de «victorias pírricas».

Este departamento, el único donde el inglés es lengua oficial, está compuesto por un rosario de islas que, a pesar de extenderse por un área de más de 350 mil kilómetros, en conjunto solo suman 52 kilómetros cuadrados de tierra firme, siendo el más pequeño del país. Sin embargo, su condición de puerto libre, floreciente industria pesquera y turística, además de ser el único territorio colombiano sin presencia rebelde, lo han convertido en uno de los departamentos más ricos del país y a su vez, en una posesión muy codiciada por la élite proatlante de Nicaragua, quien desea tomar posesión del archipiélago y cumplir con una ambición irredentista que ha estado latente desde hace siglos.

Mas esto no significa que Colombia —y por extensión, la Orden del Libro Verdadero—, vayan a permitir esta afrenta a su soberanía así no más:

—Ja, vea usted a estos güevones, Lucia. Nada más porque tienen armas nuevas y legiones de drones, Nicaragua cree que ya puede retar a la orden. —expresa Dalila mordazmente, mientras observa desde el aire, la ciudad de North End.

La respuesta del presidente Edward Salazar a las ambiciones territoriales de Nicaragua ha sido enérgica: tras una alocución a nivel nacional, amenazó con que el gobierno dará un ejemplo que será recordado en los anales de la historia de Colombia, América Latina y el mundo entero. Sin embargo, la fuerza enviada a defender las islas está compuesta mayormente por una división entera de hechiceros de la orden, además de seis buques de guerra, tres fortalezas aéreas y un batallón de mekas, recientemente adquirido por Colombia para paliar las bajas provocadas por las invasiones nicaragüenses.

—Así es el poder cuando se te sube a la cabeza, Dalila. Si no lo controlás, te vuelve estúpido. —sentencia Lucia con rabia y tristeza, al ver la ciudad destruida.

Como centro económico y capital del departamento, la ciudad de North End, ubicada en el extremo norte de la isla de San Andrés —la más grande del archipiélago—, es una ciudad de edificios altos y, como otras ciudades del caribe insular, también hay coloridas casas de madera. No obstante, las invasiones han devastado toda la infraestructura de la isla, por lo que pueden verse muchos de estos edificios altos convertidos en escombros, las casas de madera en ruinas y miles de cadáveres por las calles.

—Ni que lo diga, Lucia. —Dalila suelta una carcajada—. Yo también hubiera cometido miles de imprudencias, de no ser porque André estuvo ahí para contenerme. Dicho esto, debemos tener cuidado, ya que los nicas tienen una ventaja numérica sobre nosotros. Esos malditos triángulos chinos nos están haciendo la vida imposible. Destruyes uno, diez toman su lugar.

Los Miè Qún[1], mejor conocidos como triángulos chinos, son drones fabricados en China y tienen la forma de un triángulo isósceles. De dos metros de largo y cuarenta centímetros de envergadura, están armados con un potente cañón automático de plasma, capaz de penetrar el casco de un barco de batalla y dos baterías de diez misiles detectores de calor, pueden volar a Mach 2 y tras su introducción en 2030, han dominado los campos de batalla del planeta. Aunque individualmente no son muy fuertes, al tener un precio similar al de un auto familiar, pueden arrasar con ejércitos enteros en base a sus abrumadores números.

—Es verdad, luchar contra esos drones es un fastidio. ¿Recordás lo que Sebastião nos dijo en Bogotá? «Esas cosas han vuelto obsoletos a los aviones caza, los tanques y hasta las unidades de artillería móvil». Pero, para eso los mekas y nosotros estamos aquí: dispuestos a salvar el día.

Como Lucia señala, ante la obsolescencia de la maquinaria militar tradicional, los mekas —cuyo principal fabricante es Brasil— han venido como una bendición, sobre todo para países como Colombia, con una fuerza militar reducida por un conflicto armado endémico y una guerra abierta contra un enemigo tecnológicamente superior. Mucho más caros de producir, su ventaja constituye en su gran poder de fuego, con el que un solo soldado, con un mes de entrenamiento, tiene en sus manos un arma que puede cumplir las funciones de infantería mecanizada, artillería móvil, bombardero y caza de superioridad aérea. Asimismo, los hechiceros de la orden, con sus dotes para la manipulación de las fuerzas de La Fuente, aportan gran versatilidad al ejército colombiano, que, ante la creciente falta de efectivos, actualmente los usa como unidades de infantería ligera.

En todo caso, las calles de North End están infestadas de triángulos chinos que luchan en encarnizados combates contra los hechiceros de la orden. Drones y mekas pelean encarnizadamente sobre los cielos, junto a las fortalezas aéreas de ambos bandos. Los mares son testigos de feroces batallas navales entre las armadas de Colombia y Nicaragua. Y mientras tanto, los setenta mil habitantes de la ciudad, atrapados en medio del fuego cruzado, solo pueden esconderse y rezar para que acabe la pesadilla.

Por si fuera poco, hay un objeto irregular que domina el horizonte, el cual Lucia señala y dice:

—¡Dalila! ¡¿qué es esa cosa?!

A más de dos kilómetros al oeste flotando sobre el mar, se divisa una torre flotante de cincuenta metros de alto y veinte metros de ancho, que se acerca rápidamente hacia la isla. La torre es de diámetro octogonal, de cuyas ventanas surgen baterías antiaéreas que disparan potentes rayos de plasma contra todo enemigo que ose acercarse a ella, haciéndola virtualmente infranqueable. Su fachada totalmente blanca, surcada por líneas brillantes e irregulares de color azul eléctrico, junto al hecho que está escoltada por miles de triángulos chinos, le dan una apariencia reminiscente a la de la guarida de un supervillano.

—Eso que ve allá, Lucia —aclara la colombiana— es nuestro objetivo: la Torre Velásquez. El pastor Manuel Morales, como uno de los agentes de la Atlántida más ricos de América Latina, financió una tercera parte de su construcción como regalo al presidente de Nicaragua en el 2040. A cambio, la Casa Velásquez le dio carta blanca para abrir iglesias amenistas en Centroamérica, que facturaban millones a sus arcas y financiaron docenas de campañas políticas por toda la región.

De entre todo lo dicho por la vampiresa, hay un nombre que le resulta familiar a Lucia:

—¿El pastor Morales? ¿Acaso él no era tu padre?

Pero es un nombre que Dalila rememora con amargura:

—Ese señor ya no es nada mío —sentencia con una expresión tensa—. Era un agente de la Atlántida que financió a los enemigos de la orden y de la casa Heigui. Él representaba todo lo que desprecio y el mejor recuerdo que tengo de él, fue el día en que yo misma lo asesiné.

Apenada por haber hecho enojar a su mejor amiga, la guatemalteca se apresura a enmendar su error:

—Escuchá, no fue mi intención ofenderte. Me pareció curioso que, después de todo lo que pasaste por su culpa, sigas usando su apellido. Perdón.

La colombiana responde con una risita:

—No hermanita, yo soy quien debe disculparse por no decirle antes. A diferencia de usted y Xitlali, no adopté el apellido Heigui por una razón: para que ese viejo dictador se revuelque en su tumba y vea desde La Fuente, que será precisamente una Morales, la que destruirá todo lo que alguna vez defendió.

—Dalila, si te hubiera conocido antes, te habría reprendido por insultar a tu padre así. Sí, te hizo cosas horribles, pero seguí siendo tu progenitor. —expresa Lucia con seriedad.

Un gesto que deja a la colombiana en la expectativa, aunque se imagina qué le responderá:

—¿Y qué me diría ahora?

La guatemalteca sonríe:

—No eres un vampiresa, ¡eres una diabla!

Las hermanas quedan fundidas en un mar de risas, mientras Lucia piensa en lo mucho que ha ido cambiando su forma de pensar, desde el día que conoció a la pareja de vampiros en Cozumel. Un cambio que, por momentos le asusta, pero que, a su vez, empieza a gustarle.

Tras acercarse a la Torre Velásquez, ellas quedan en medio del fuego cruzado entre drones, mekas y hechiceros y, al ser detectada por los defensores máquina, éstos se abalanzan sobre ellas en enjambre. Lucia dirige su mirada con picardía hacia la vampiresa y pregunta:

—¿Cómo querés destruirlos?

Las manos de Dalila se cubren de llamas y, mientras cruza sus brazos en forma de equis, y docenas de bolas de fuego surgen a su alrededor, ella, con una expresión de gozo homicida, replica:

—¡No deje que se le acerquen! ¡Meteoros infernales: Haures[2]!

Mientras la colombiana extiende sus brazos y dispara docenas de bolas de fuego que vuelan en todas direcciones, incinerando a todo enemigo cercano, Lucia se detiene, extiende su brazo derecho hasta la bandada, crea una esfera de luz en la palma de su mano…

—Destello Estelar.

…y esta se transforma en un potente rayo de luz de dos metros de ancho que, al hacer contacto con los drones, estallan al contacto, sigue de largo hasta destruir a una de las baterías antiaéreas, mientras que la onda expansiva deja inutilizables a las baterías circundantes.

Dalila, sin desenfocar su atención hacia el creciente enjambre de drones que las atacan en todas direcciones, queda boquiabierta ante el gran despliegue de poder de su hermana y le pregunta:

—¿Cuándo aprendió a hacer eso?

A lo que Lucia, mostrando una creciente confianza en sus poderes, mientras crea esferas de luz a su alrededor, desde las que lanza haces de luz hacia los interminables triángulos chinos, responde:

—Taylor poseía un hechizo con el que cubría su piel de metal y la usaba para reflejar la luz lunar y redirigirla con magia. Yo aprendí a hacer lo mismo con la luz solar, usando la fotosíntesis como base. Aunque no puedo manipular el metal, si puedo adaptar sus hechizos a mi Magia Verde.

El día anterior, Xitlali reveló a Dalila que, durante la batalla en Ciudad de México, Lucia absorbió toda la fuerza vital de Taylor Steel, junto a muchos de sus poderes. Y aunque no puede usar la Pax Metallica de la lilim, se está volviendo tan fuerte como ella.

El ataque de la guatemalteca deja una abertura en las defensas de la Torre Velásquez, por la que los hechiceros y mekas pueden entrar. Pero, antes de que Dalila y Lucia irrumpan en su interior, la humana percibe un rayo de plasma enemigo y, para proteger a su hermana, la patea con ambas piernas en la espalda, empujándola hacia su interior. Debido a la velocidad del impulso al ingresar, la vampiresa tiene que usar sus brazos, rodar como una pelota en el piso y levantarse para usar sus brazos para no estrellarse contra la pared en el interior de la fortaleza.

No más se detiene, es recibida por un hechicero nicaragüense que intenta ensartarla con una lanza. Dalila ve su sombra y rueda verticalmente hasta quedar de frente a él, esquivando el ataque por apenas segundos.

El hechicero vuelve a la carga y ataca a la vampiresa con varias estocadas que la obligan a retroceder, aunque va aprovechando para, gradualmente, acumular fuego en sus extremidades.

Inesperadamente, éste dispara una descarga de mitegia desde la punta de la lanza, obligando a Dalila a cruzar sus brazos y protegerse de la misma. Aunque no fue derribada, si la hizo patinar más de tres metros. Cuando vuelve a ponerse en guardia, el hechicero salta hacia ella y se manifiesta en veinte posiciones diferentes. Dalila sabe que es una ilusión, pero tuvo que usar todo el fuego que acumuló para defenderse de la descarga de mitegia y los «veinte enemigos» están prácticamente sobre ella.

No tiene tiempo de crear otro hechizo.

Para su fortuna, el hechicero y sus copias son impactadas por haces de luz que atraviesan sus cajas torácicas. Las copias desaparecen al contacto, pero el original —que está a espaldas de Dalila— queda colgado de la pared por el hechizo, que adopta la forma de una vara de luz sólida.

La vampiresa voltea a su izquierda y mira con agrado que Lucia no solo está bien, sino que ha sido su salvadora. Sin embargo, se sorprende al ver su brazo izquierdo destruido y en pleno proceso de regeneración.

—¿No me diga que eso también lo tomó de esa lilim? —pregunta la colombiana, asombrada por la nueva habilidad mostrada por su hermana, cuyo brazo ya está reconstituido.

—No solo eso, tampoco puedo sentir dolor. ¡Me siento nítida! —replica la guatemalteca, impresionada por los cambios que están sucediendo en su cuerpo.

Dalila quisiera preguntarle más cosas, pero cientos de drones se agolpan sobre ellas, obligándolas a entrar en combate.

Pero, casi al instante, los hechiceros de la orden y mekas de la fuerza aérea colombiana que ya están en la torre, entablan combate contra todos los enemigos, dejando el camino libre para que las chicas puedan seguir su camino. En el fragor de la batalla, uno de ellos advierte:

—¡No se distraigan con estas cosas! Vayan por el almirante Carrillo y tomen el control de esta torre.

Dalila y Lucia asienten, salen de allí y se dirigen a unas escaleras, que llevan hasta el centro de mando de la fortaleza aérea.

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El centro de mando de la Torre Velásquez, al igual que el resto de su interior, es muy amplio, de paredes y pisos de un color gris oscuro bordado con luces rojas, otorgándole un aspecto intimidante. Sin embargo, sorprende por un aspecto muy llamativo: está prácticamente vacío. Dos filas de servidores de computadoras con formas de obeliscos negros de dos metros de alto con luces titilantes, dejan un corredor de trece metros de diámetro, que comienzan en unas escaleras que comunican este lugar con los pisos inferiores de la torre y, terminan en el trono donde se halla sentado el almirante Javier Carrillo, ubicado detrás de una gran ventana circular de siete metros de diámetro, que da vista a la feroz batalla que se libra en las afueras y el cual, se muestra muy seguro de ganar:

—Jejeje, esta vez sí lo lograremos. Colombia no puede recuperarse después de haber recibido tantas bajas. La conquista de San Andrés y Providencia servirá como demostración ante el mundo, de la grandeza del poder militar de Nicaragua.

De cuarenta años, Javier Carrillo es el almirante más joven de la armada nicaragüense y el cerebro detrás de las invasiones hacia el departamento insular. Primo del actual presidente de su país, su uniforme blanco, decorado con bordados dorados y lleno de medallas, son indicativos de sus proezas como oficial naval, las cuales han salvado a su país, así como a Costa Rica y Panamá —países sin ejército— de ser tomados por el Frente Morazanista[3], quien ya tiene el control de Belice, El Salvador, Guatemala y Honduras, y ha intentado invadir en repetidas ocasiones ese país, sin éxito. Además, sus ojos color naranja son un indicativo que él es un conocedor de las artes de la magia.

»Estos idiotas nunca se darán cuenta de que esta fortaleza aérea solo necesita de una persona para ser piloteada. ¡Esta nave es el futuro del poder bélico!

Contrario a otras fortalezas aéreas, que requieren de grandes tripulaciones para operar todos sus sistemas, los servidores en el centro de mando de la Torre Velásquez le permiten al almirante Carrillo, pilotear la nave él mismo, por lo que puede llevar miles de tropas de choque en su interior, sin tener que preocuparse de hacer espacio —ni mucho menos pagar— a un molesto personal operativo.

Mientras el almirante se vanagloria de sus logros, escucha una serie de aplausos a sus espaldas. Da vuelta a su trono y ve a dos chicas de uniforme de combate azul, una de cabellos rojos como la sangre y la otra de pelo verde como las hojas del bosque, subiendo por las escaleras, siendo la pelirroja la fuente de los aplausos cargados de mofa:

—¡Ala[4], si se nos creció el enano! Nicaragua no va a ganar, ni hoy, ni cuando a los cerdos vuelen, así que se me baja de la nube, porque le llegó la ley. —Dalila exclama con pompa y sátira los alardes del almirante Carrillo.

—Me siento insultado. ¿Dos chavalas[5]? ¿Es lo mejor que Salazar tiene contra mí? —exclama Javier, molesto porque siente que un par de adolescentes no son enemigas dignas de sus habilidades.

Un insulto que Lucia rebota con arrogancia:

—Estas dos «chavalas» han derrotado a miles de esclavos de la Atlántida, mucho más fuertes que los juguetes que has traído contigo. —ella señala desafiantemente al almirante— Vos, serás el siguiente en nuestra lista y, nos llevaremos esta fortaleza como trofeo de nuestra victoria.

Dalila observa con orgullo los alardes de la guatemalteca. Ha visto de primera mano, que el intenso entrenamiento que ella y André le proporcionaron en Cancún, hace ya casi un año, ha dado sus frutos.

Pero dicha vanagloria solo motiva más risas burlonas del almirante Carrillo:

—Tonta, He entrenado para matar hechiceros durante diez años. Ustedes dos nunca me vencerán.

Javier extiende su brazo derecho hacia ellas, pero, cuando está a punto de hacer su movida, Dalila exclama:

—¡Alto!

El desconcierto del nicaragüense es tal que su expresión de sorpresa es digna de grabarse en la posteridad, por lo que la colombiana aclara:

—Almirante Carrillo, si va a pelear con nosotras, permítame hacerle un favor: Lucia, vaya y dele de baja. Quiero comprobar algo con usted.

La humana, incapaz de comprender este gesto de parte de su hermana, replica con ironía:

—¿Es broma? ¿Estás evitando una batalla? ¿Quién eres y qué hiciste con Dalila Morales?

A lo que la vampiresa, en broma, contesta:

—Eso a usted no le interesa. Limítese a seguir mis órdenes.

Para gusto de Dalila, su hermana le sigue el juego y, tras una reverencia, con una sonrisa lujuriosa de corolario, replica:

—Como ordene, mi señora.

Lucia da un paso al frente y se pone en guardia, mientras Dalila se recuesta a una pared cercana a las escaleras. Momento que Javier aprovecha para invocar una espada de un metro de largo de hoja dentada, con la que se lanza hacia la guatemalteca, quien en el último segundo logra inclinar su cuerpo hacia atrás, evitando ser descabezada.

El almirante Carrillo continúa lanzando sablazos contra Lucia, quien no parece encontrar una manera de lanzar un contraataque; solo se limita a retroceder y retroceder, hasta quedar literalmente entre la espada y la pared.

Antes de que ella pueda hacer algo, Javier ensarta su espada en el corazón de la guatemalteca. Sonriendo perversamente, declara su victoria:

—Tal y como lo pensé. Decepcionante… ¿eh?

Para su sorpresa, su enemiga no muere, sino que se empuja hasta que su rostro queda al alcance de un puñetazo, que le obliga a soltar su espada y lo aturde.

Lucia aprovecha el instante para retirar la espada del pecho y, pese a que esta ha dejado al aire una parte de su caja torácica, blande la espada mientras regenera sus heridas y, tras apuntar el arma hacia él, dice:

—Nunca pensé decir esto, pero lo estoy pasando de lujo. ¿Y usted, almirante?

Dalila sonríe.

El almirante Carrillo, molesto porque su enemiga está jugando con él, recupera el sentido e invoca otra espada, con la que se lanza hacia Lucia, quedando ambos en un duelo donde es evidente la superioridad de uno de los contendientes:

La gran habilidad del nicaragüense, quien ataca con veloces estocadas y elegantes sablazos, supera ampliamente los bruscos y telegrafiados ataques de la guatemalteca, quien, buscando lanzar un sablazo, deja su brazo derecho sin protección, lo cual aprovecha su contrincante para cortarle el brazo.

Lucia, sin inmutarse, continúa atacando. Esta vez confiando en sus patadas, las cuales son detenidas fácilmente por su oponente, quien usa su espada como escudo.

Una patada giratoria de talón hacia la cabeza es conjurada por el almirante Carrillo, cortando la pierna de su enemiga. Sin embargo, ella ejecuta una maniobra imposible sin magia: usa el mitegia para crear un punto de apoyo, seguir girando, y golpear a su contrincante con la otra pierna. La patada impactó con tanta fuerza que lo hizo girar y estrellarse contra uno de los servidores que, pese al golpe, se mantuvo intacto, pero el almirante quedó tendido en el piso.

No tarda mucho en levantarse, pero se siente intimidado al ver a la chica, con sus extremidades en proceso de regeneración y rodeada de un aura verde, lanzarse cual bala humana a embestirlo. Él logra esquivar el ataque saltando justo antes de ser impactado. Mientras Javier queda flotando a más de dos metros del piso, ella se lanzó con tanta fuerza que destrozó su propio cráneo, quedando cerebralmente muerta.

Tras ganar la batalla, el almirante vuelve a posarse sobre el piso y, dirigiéndose a la vampiresa, declara con altivez:

—Es el fin de todo. Vos serás la siguiente.

Pero Dalila no está tan segura:

—Creo que usted debería cuidar mejor su espalda.

Javier siente una presencia asesina justo detrás. Intenta darse vuelta, pero los brazos de Lucia son más rápidos y agarran con fuerza su cuello. Aunque él la corte, ensarte y la golpee con todas sus fuerzas, su agarre no cede ni un ápice:

—¿Qué… cla… se… de… mons… truo… e… res? —pregunta el almirante, mientras patalea y va perdiendo el oxígeno.

A lo que Lucia, con una malicia sacada del libreto de Dalila, responde:

—Soy… humana.

Un fuerte apretón, potenciado por una inyección de mitegia a los músculos de sus brazos, destroza el cuello del almirante Javier Carrillo y le da un pasaje sin escalas hacia La Fuente. La guatemalteca intenta sacarse la espada que quedó clavada en su hombro, perforando su pulmón derecho hasta llegar al hígado, pero, al quedarse atascada entre sus costillas, tiene que pedir ayuda a Dalila, quien, ya iba en su encuentro.

Ella ordena a su hermana que se postre y, sin avisarle, pisa su cara para usarla como punto de apoyo. Tras jalar un par de veces, logra retirar la espada, aunque debido a la fuerza que tuvo que usar, su trasero termina besando el piso. Para su sorpresa, la guatemalteca no se queja, sino que exhibió una expresión lujuriosa al sentir la bota de la vampiresa en su rostro.

Dalila pensó en preguntarle a Lucia sobre su, hasta ahora desconocido fetiche, pero, tras ayudarla a levantarse, opta por otro enfoque:

—Hermanita, ¡en verdad se lució! Creo que me estoy enamorando de usted.

Lucia queda muda ante las palabras: creo que me estoy enamorando de usted. Muchos sentimientos encontrados le causan esa «confesión», pero «rechazo» y sus derivados, son los únicos que no están en la lista.

El sonrojo de su hermana, su performance en la batalla contra el almirante Carrillo y los triángulos chinos, le han dejado claro a Dalila que, si bien ella ya estaba exhibiendo cambios en su personalidad, el haber adquirido los poderes de Taylor Steel, los ha acelerado a tal punto, que casi parece otra persona: de tener miedo de las batallas, ha aprendido a disfrutarlas; de odiar la violencia, ha adquirido el perverso hábito de jugar con sus enemigos, explotando su capacidad regenerativa y; de no mostrar ningún interés en la sexualidad, ha empezado a aceptar los avances que la colombiana hace con ella.

La vampiresa se le ocurre que, incluso si no la convierte en una más de su especie, sería genial invitarla a formar una relación poliamorosa entre ellas y André, pero no es el momento ni el lugar para eso. Por lo que llega hasta el trono del fallecido almirante —seguida muy de cerca por Lucia— y, da gracias al Cuarteto por lo fáciles que son los controles de la Torre Velásquez. Basta con un botón para abrir un canal de comunicación con los comandantes colombianos y avisarles que han cumplido la misión y tomado el control de la torre, al tiempo que ordena a Lucia que corte la cabeza de su enemigo caído.

—Un trofeo de guerra más para El Barón. —dice la humana, tras cortar la cabeza de Javier con una de sus espadas. Hecho esto, ansiosa por saber si la propuesta indecente de su hermana era en serio o no, se ubica a su derecha e insiste:

»Dalila, ¿a qué te refieres con eso de estar enamorada de mí?

Pero la vampiresa, en un acto de picardía, juega con sus ansias y se niega a darle el gusto:

—No señorita, le voy a dejar con la incógnita. Por ahora.

La humana muerde el anzuelo y, suplicando con ternura, pregunta:

—¿Por qué?

—Porque no es el momento. Además, quería comentarle otra cosa.

—¿Qué?

La vampiresa pide a su hermana que le de unos minutos y que le pase la cabeza del almirante Carrillo. Luego, varias pantallas virtuales aparecen enfrente suyo, mostrando los rostros de los oficiales nicaragüenses, a quienes muestra la testa del fallecido almirante y, con una falsa cortesía, dice:

—Buenas tardes, soy Dalila Morales de la Casa Heigui y como pueden ver, estoy sentada en el centro de mando de la Torre Velásquez. La preciosura que está a mi derecha es mi hermana, Lucia. Ella luchó contra el almirante Carrillo, lo venció y le cortó la cabeza. Dicho esto, y con el mayor de los respetos, quiero pedirles un favor: o se me van ahora mismo con el rabo entre las piernas, o no va a haber dios que les salve de nuestra retaliación y, mi hermanita los buscará, los encontrará, y cortará las cabezas de todos ustedes. La decisión es suya.

Los oficiales enemigos barajan sus opciones: sin el genio de su líder, les será muy difícil ganar la batalla, especialmente si la tropa colombiana ya se ha enterado de su muerte y, tras ver la espada manchada con la sangre del almirante en manos de la chica de pelo verde, se hace evidente que esa amenaza es muy real, acuerdan retirarse, dando por finalizada la batalla.

Con la labor finalizada, Dalila ahora puede atender a Lucia:

»Estuve hablando con André antes de que iniciara la misión y, me comentó que papá nos autorizó a nosotros tres a irnos de vacaciones. Quería decirle antes, pero decidí que era mejor darle la sorpresa.

—¡Eso es nítido! ¡la familia vuelve a reunirse una vez más! —Lucia no oculta su felicidad—. Pero… ¿qué no se supone que seguimos en guerra? ¿Y qué hay de Xitlali?

—Sí, pero las cosas en este país por ahora marchan bien. Como en Colombia ya solo quedan la gobernadora de Bolívar, Xiomara Cardozo y el líder rebelde Istvan Halász como amenazas al poder de la orden, nuestra querida prima habló con papá para que usted, André y yo, tengamos unos días de licencia, con la condición de que ella tendría que hacer unos encargos para los jefes. —expone Dalila, mientras cruza sensualmente las piernas, movimiento seguido por Lucia con disimulo.

—¿Se sacrificó para que nosotros tres tuviéramos un descanso? Vaya, aunque no sonría, Xitlali resultó ser todo un encanto. ¿Y a dónde vamos a ir?

—Al Carnaval de Barranquilla —Dalila manipula los controles de la torre para atacar a los drones rezagados tras la retirada—. Para que vea que no soy mala con usted, allá nos relajaremos, nos divertiremos a más no poder y, hablaremos de muchas cosas, entre esas, lo que acabo de decirle. ¿Le parece?

Lucia no piensa demasiado en su respuesta:

—Cabal, Dalila. Es un trato.

—Créame Lucia, le encantará ese lugar.

Dalila sonríe con malicia, ya que su plan va a las mil maravillas. Si desea convencer a Lucia de introducirla en el poliamor, necesitará la ayuda de un experto.

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Una semana después. Mediodía.

La fiesta más grande de la costa caribe colombiana y una de las más importantes del país, es el Carnaval de Barranquilla. Celebrado en la capital del departamento del Atlántico, los cuatro días anteriores al miércoles de ceniza[6], es una fiesta folclórica de tal nivel que la ciudad literalmente se paraliza en una gran celebración, donde se derrocha la alegría, creatividad y vistosidad de la cultura de la costa caribe colombiana.

La fiesta se ha vuelto tan popular que, durante su duración, Barranquilla, una ciudad de más de dos millones de habitantes, se llena de turistas de todas partes del mundo, haciendo una sana competencia con el carnaval de Río de Janeiro, Brasil, que también atrae a miles de turistas y se celebra en la misma fecha.

En esta coyuntura, André, Dalila y Lucia llegan a la ciudad, no como los jóvenes hechiceros curtidos en batallas contra los esbirros del Emperador de los Atlantes, sino como tres turistas más, deseando divertirse en sus primeras vacaciones en años:

—¡Vaya! Nunca había visto tanta gente en un lugar. Cuantos disfraces, cuanto color, cuanta música… ¡Esta fiesta sí que es increíble! ¿En qué parte de la ciudad estamos? —pregunta Lucia, impresionada por la gran concentración de personas, muchas de ellas con disfraces o en su defecto, con prendas muy coloridas, así como los muchos géneros musicales que suenan por las calles.

—Toda esta gente se dirige hacia la Vía Cuarenta, la avenida donde se ubica el mayor corredor industrial de esta ciudad y, durante los días del carnaval, será la vía por donde pasarán los desfiles más grandes. Para que la gente pueda verlos mejor, se erigieron palcos a ambos lados de la avenida. Afortunadamente, tengo boletos para ver el desfile, sin tener que hacer malabares para no quedarnos detrás de una marea humana y, con suerte, solo ver las cimas de las carrozas, ni mucho menos ser incomodados por el calor. Créeme, ahora mismo, estos boletos son más valiosos que el oro. —explica André, mientras muestra con orgullo los tres boletos que les permitirán ver todo el desfile, cómodamente y sin problemas.

—¿Lo ve, hermanita? Le dije que le iba a gustar. Aunque hubiera sido mejor que no hubiera cambiado el disfraz que le compré. —protesta Dalila, mientras se sirve un trago de ron local en un vasito.

Antes de llegar a Barranquilla, ellas habían acordado disfrazarse de ángel y demonio: mientras la vampiresa luce como la viva representación de un ente seductor, engendrado en las entrañas del infierno; la humana, en una noche de inspiración costurera, alteró radicalmente su disfraz angelical: sus alas lucen similares a las de un murciélago, cambió el halo por una vincha con grandes orejas ovaladas y, su vestido blanco ahora tiene bordados de inspiración maya con los colores del arcoíris. El cambio no le gustó a la vampiresa, ya que rompe con la idea inicial que tenían de como debían verse para el carnaval.

—No sé tú, Dalila, pero igual se ve bien. Su disfraz es extraño, pero elegante. —opina André, quien carga la botella de la que beben en una mochila.

—¡Gracias! Vos si me entendés. —la guatemalteca agradece el gesto besando amorosamente al brasileño en la mejilla.

—Eso André, póngase de su lado. Ya me echaron a un lado. —la colombiana gesticula frustrada.

Comprendiendo que alterar el disfraz que ahora usa, entristeció a Dalila, André y Lucia la rodean y, mientras él la consuela frotando su espalda, ella aclara:

—Dalila, no hay ángeles en la mitología maya, así que me sentía rara usando un disfraz de una figura amenista, una religión que nunca fue mía.

—Sí, pero me disfracé de demonio y usted sabe que yo a metros con todo lo que huela a amenismo. Su argumento es inválido. —Dalila empieza a arrugar la cara, mientras van haciendo cola para entrar a un palco erigido a un lado de la calle.

—Pero amor, es que tú eres una diabla —André toma tiernamente la barbilla de su novia hasta cruzar miradas—. No te estás disfrazando; estás mostrándole al mundo lo que eres en realidad.

El comentario suscitó risas entre los tres jóvenes, ayudando a mitigar la frustración de Dalila, quien, tras resignarse a aceptar la decisión de Lucia, le pregunta:

—Entonces al fin, ¿de qué se disfrazó?

—Este disfraz es de Camazotz, el murciélago asesino, quien descendió de los cielos por encargo de los dioses a eliminar a los hombres de madera, seres imperfectos y sin sentimientos que no tenían respeto por sus creadores. Camazotz esparció muerte y destrucción por toda la Tierra y dejó el camino para que nosotros, los humanos de carne y hueso, surgiéramos. —explica Lucia, gesticulando sutilmente y con una expresión siniestra, como si relatase una historia de terror.

Impresionado por la historia y tras analizarla detenidamente, André pregunta:

—¿De modo que te disfrazaste de un «ángel maya»?

Lucia asiente silenciosamente.

La explicación de la humana, en especial la parte donde habla de «muerte y destrucción», dejan encantada a la vampiresa, que, sin embargo, advierte:

—La próxima vez que vaya a hacer algo así, me avisa con tiempo. ¿Me oyó?

—Cabal, Dalila. Así se hará. —responde Lucia tras chocar puños con su hermana, simbolizando que han hecho las paces.

La humana posteriormente repara a André y ve que se ha teñido su pelo celeste de negro, viste con una elegante camisa blanca, una corbata azul, pantalón y zapatos negros. Repara la mochila y ve que tiene escrita la frase «acepto diezmos». Por lo que, sin comprender la lógica de su disfraz, afirma con ironía:

»Parece como si finalmente hubieras conocido los caminos del Señor.

El vampiro sonríe, sirve tragos para él y su novia y, explica:

—Soy un pastor amenista. Si voy a predicar la palabra de Dios, debo verme bien presentado.

Lo cual motivó un comentario de parte de Dalila:

—Vea usted. Una diabla, un ángel pagano y un pastor corrupto. Es que los tres estamos pintados: los hijos especiales de Dios.

Sonriendo, André abraza a Dalila y Lucia, a cada una con un brazo y exclama:

—Así es, hermanas mías. Profanadores del amenismo somos.

Finalmente llegan a la entrada del palco y André muestra las boletas para que los tres puedan ingresar. Una vez en el palco, ellos se ubican en un área muy cercana a la calle y el brasileño aprovecha el momento para contar una anécdota:

—¿Saben? Me encanta esta ciudad. La gente es muy alegre y se dejan tratar fácilmente, pero, hay algo que no entiendo de los barranquilleros.

—¿Qué cosa? —pregunta Lucia.

—¡¿Por qué insisten en llamarme chino?! Está bien, tengo rasgos orientales, pero no soy chinês; es obvio que soy del Brasil. O sea, o português se me nota a leguas. Que porra![7]. —André exclama con frustración, soltando frases gratuitas en su lengua nativa.

Mientras Lucia se burla con disimulo, Dalila se palmea la frente y, tras suspirar de la decepción, dice:

—¿Me está tomando el pelo? ¿Acaso no se ha visto en el espejo? Mire güevón, si usted no tuviera cara de chino, yo sería monja.

Y mientras André y Dalila discuten por pequeñeces, Lucia queda absorta al ver las carrozas que empiezan a desfilar por la Vía Cuarenta. Monumentos a la creatividad y la fastuosidad, cada una más colorida que la siguiente, donde se pueden ver las más variadas expresiones culturales, desde carrozas adornadas con flores gigantes de hermosos colores, formas de animales —tanto mitológicos como reales—, disfraces representativos del carnaval y hasta las más inverosímiles, como una carroza con forma de galeón pirata que lanza lluvias de confetis al público, mientras este las vitorea y enloquece al son de la música, amplificada por los equipos de sonido que llevan las mismas carrozas.

La guatemalteca queda igual de sorprendida por el tropel de danzas que escoltan a las carrozas, ataviados con gran variedad de disfraces, aunque unas le llamaron más la atención que otros. Ya que André y Dalila están bailando, no quiso molestarlos, por lo que le pregunta a una persona sentada a su izquierda, un barranquillero de cabellos largos y pinta de cantante de rock, pero dueño de un discurso refinado, cual aristócrata de eras pasadas, quien se ofrece a instruirla en la historia de las comparsas del carnaval.

Lucia le llama la atención una comparsa, en la que sus miembros son hombres, pero, todos visten con coloridos y fastuosos vestidos de mujer, además de llevar un paraguas, por lo que ella pregunta:

—¿Esta es una comparsa de homosexuales?

El barranquillero niega silenciosamente y aclara:

—Para nada. Ellos son las Farotas de Talaigua. Ellos representan la leyenda de los indios farotos, quienes, hastiados de ver como unos mineros españoles abusaban de sus mujeres, decidieron tomar cartas en el asunto.

—¿Cómo lo hicieron?

—El cacique de la tribu y doce guerreros, vestidos como damas, esperaron a los españoles. Ellos nunca esperaron que esas víctimas terminaran siendo los hombres de la tribu, quienes emboscaron, capturaron y… ajusticiaron a los españoles. El honor se paga con sangre.

—Tiene razón. Esos tzul se lo merecían. —dice Lucia, mientras recuerda que ella misma criticó una vez a Dalila por hacer algo similar en Cozumel; y ahora ella justifica esa misma práctica.

Pasan los minutos y otra comparsa pasa en frente del palco. En ella, los hombres visten de blanco de pies a cabeza, llevan un pañuelo rojo enrollado al cuello y usan un sombrero de paja, mientras que las mujeres también usan vestidos anchos de color blanco, con largas faldas que, al agarrarlas en sus extremos, se abren como si fuese la cola de un pájaro en celo.

—Ese ritmo… lo he escuchado antes. ¿Cómo se llama? —pregunta Lucia, tras analizar la música de los tambores y flautas.

—Es una cumbia —responde el barranquillero—, un ritmo originario de esta tierra.

—Con que la cumbia viene de acá. De dónde vengo, la cumbia es más un baile para divertirse; aquí, es casi como un ritual de apareamiento. Además, ¿Cómo pueden hacer eso?

—¿Qué cosa? —el hombre se rasca la barba.

—¡Ese baile! —Lucia señala a una de las bailarinas—. O sea, esas chicas bailan con este sol tan fuerte, vistiendo esos trajes enormes y con esas botellas en la cabeza. ¿Alguna vez a alguien se le ha caído?

—No hay casos registrados. El entrenamiento y la disciplina pueden hacer maravillas. —recalca con orgullo el barranquillero.

Esas palabras le hicieron recordar a Lucia su entrenamiento con André y Dalila y, lo mucho que ha progresado desde entonces:

—Ni que lo diga. —la guatemalteca afirma entre risas.

Pasan los minutos y otra comparsa hace su entrada en escena: sus integrantes visten de saco y corbata, ataviados con máscaras que recuerdan la cara de un elefante, quienes usan una coreografía muy divertida, que suscita risas en la guatemalteca, quien pregunta:

—¿Y a estos como les llaman?

—Estas son las marimondas. Parece inocente, pero este disfraz es una crítica a la clase política de la época anterior al gobierno de Salazar.

—¿Una crítica a los políticos? ¿Tan malos eran?

El barranquillero sonríe:

—Jovencita, los políticos de antes habían sumido a este pueblo en la ignorancia, la desesperanza y la apatía. Esas grandes orejas, ojos enormes, boca grande y larga trompa, resaltan su indiferencia y desdén: dicen que oyen, pero no hacen nada; dicen que ven los problemas de la gente, pero los ignoran; hablan mucho, pero hacen poco; meten sus largas narices en todas partes…

—Y al final del día, bailan, ríen y se burlan de la fe de sus súbditos, por medio de una divertida y fastuosa danza, mientras son alabados por insultar su inteligencia. —Lucia completa la frase, al tiempo que piensa en lo mucho que esa situación se repite por todo el mundo, y como se relaciona con el plan maestro del Emperador: la Operación Nuevo Mundo.

No obstante, la comparsa que llamó más la atención de Lucia es una en la que los hombres tienen la cara pintada de blanco, usan sombreros blancos, camisas amarillas, pantalones y capas negras, mientras que las mujeres usan vestidos negros, similares a los de las integrantes del grupo de cumbia, pero más ajustados y ataviados con bordados rojos, verdes y amarillos. No obstante, la guatemalteca queda intrigada por un detalle:

—¿Por qué esa chica está vestida como si fuera la muerte?

A diferencia de sus compañeros, esta chica usa un disfraz de esqueleto y usa una guadaña de madera. Esta vez, su acompañante adopta un ademán diferente:

—Ten paciencia, joven amiga. Te darás cuenta, muy pronto.

Inicialmente, la danza transcurre sin inconvenientes, hasta que, repentinamente, la muerte empieza a cazar a los danzantes, uno a uno, sin importar su raza, sexo o edad. No importa cuánto huyan o peleen, todos los que son alcanzados por el toque de la muerte, caen al suelo, para total sorpresa de la humana, quien se pregunta:

—¿Qué ha sido todo eso?

—Esa, es la Danza del Garabato y lo que has visto, es una representación de la vida y la muerte: la vida es hermosa, divertida y feliz, pero, la muerte llega sin avisar, no discrimina y, es el único momento en el que todos somos iguales. Por eso, siempre es bueno disfrutar de los placeres de la vida, porque puede que no tengas otra oportunidad para ello.

Tras ver su reloj, el hombre se disculpa por no quedarse más tiempo y se despide de Lucia, al tiempo que ella le agradece por las lecciones dadas, justo después de que saliera del palco para no volver a ser visto. La humana vuelve a centrar su atención en sus hermanos vampiros y observa los nada envidiables dotes de bailarina de Dalila, así como la enorme paciencia de André, ya él ha tenido que ir enseñándole como bailar los ritmos más básicos, mientras ella lo pisa cada tres pasos.

Por otro lado, a la guatemalteca le llama la atención que muchas de estas carrozas llevan personas que, parecen ser importantes, ya que el público enloquece no más hacen presencia, por lo que pregunta:

—André, ¿Quiénes son las personas que están sobre las carrozas? Acabo de ver una chica en vestido de baño y con un tocado de plumas, a la que la gente alaba como si fuese su diosa.

El brasileño suspende su baile, mientras la colombiana continúa bailando sola y él procede a explicar:

—Muchas de las carrozas llevan personalidades de la farándula, tanto nacional como internacional. Actores, cantantes y figuras importantes del carnaval, son a los que la gente vitorea. Esa chica que mencionas es la reina del carnaval, que, entre otras cosas, es sobrina del presidente Salazar.

—¿Reina del carnaval? Pensé que Colombia era una república. ¿Y cómo es eso que ella es sobrina del presidente?

André y Dalila se ríen de la tierna ignorancia de su hermana, con disimulo y sin burlarse de ella:

—Lucia —el brasileño aclara, mientras toma un trago—, el título «reina del carnaval» no implica que ella sea soberana de un país ni nada por el estilo. Solo es un título que se le da a la representante del carnaval. Piensa en ella como un símbolo de las fiestas.

—Además —continúa Dalila, Barranquilla y todo el departamento del Atlántico, constituyen el fortín electoral del presidente. Toda la clase política de este lugar, en mayor o menor medida, tiene vínculos con Edward Salazar o su familia.

—Entiendo —la guatemalteca frota su barbilla, mientras procesa toda la nueva información—. ¿Pero saben? Me sorprende la cantidad de huecos que hay aquí. ¡Revueltos unos con otros! Quizás sea que he estado mucho tiempo en la selva o peleando, pero si mis padres vieran este… espectáculo, les daría un infarto.

Los vampiros ríen:

—Lucia —André toma la palabra—, entiendo que tus costumbres sean distintas, pero hoy en día, no hay nada de malo con explorar tu sexualidad como a ti te plazca.

La humana sigue sin convencerse:

—Sí, pero…

André la interrumpe:

—Vamos, hermanita. Recuerda que son los atlantes quienes quieren destruir la libertad de expresión, no nosotros. La orden y los Heigui somos los campeones del pensamiento libre y protegerlo, es nuestro deber.

Aunque Lucia le resultaba incorrecto que una sociedad fuese tan tolerante hacia los homosexuales —huecos, según la jerga guatemalteca— y aquellos que practican una sexualidad libre de las normas establecidas, el que André apelase al desprecio que ella le tiene a los atlantes y su campaña de asimilación cultural, así como el hecho que ella misma ha dejado de ser la misma joven sencilla que vivía en las selvas del Yucatán, la han hecho caer en cuenta que esas ideas que le han inculcado en su seno familiar, hacen parte del pasado.

Aun así, esas enseñanzas la han acompañado toda su vida y abandonarlas podría ser visto como un desprecio al legado de sus padres. Al final, la mente de la humana queda en un estado de confusión total.

Tratando de sacar de su mente un dilema que ahora le es imposible de resolver, Lucia ha querido hacerles una pregunta a los vampiros desde que salieron del hotel:

—¿Qué es esa cosa que han estado tomando?

Los vampiros se miran las caras con malicia, como si estuviesen hablando con la mirada, hasta que, luego de asentir con disimulo, Dalila saca la botella de la mochila y explica:

—Como usted puede ver, esto es güisqui Old Parr, una bebida alcohólica. Aunque viene de Escocia, se ha vuelto un símbolo del Carnaval de Barranquilla. Es de buena calidad, no es muy cara y pone a bailar hasta a un fanático religioso.

Lucia pide que le den un trago. André deliberadamente llena el vasito, pero, cuando está a punto de dárselo, advierte:

—El primer trago es el peor, ya que tu paladar lo sentirá muy amargo, así que, si quieres disfrutar de la bebida, debes tragarlo rápido, sin importar qué.

La guatemalteca asiente y, entendiendo que se trata de un ritual de iniciación, prácticamente arranca a André el vasito de güisqui y se lo traga al instante.

—¡PUAJ! Sí que es amargo. —Lucia hace muecas de rechazo, pero se ha tragado entero el sorbo de Old Parr.

André y Dalila palmean su espalda y la felicitan por haber pasado la prueba, lo cual motiva que él pregunte:

—¿Cómo te sientes, Lucia?

—Es… extraño. Siento algo de mareo, pero por alguna razón… ¡me siento nítida!

Conforme pasa la tarde, no tarda mucho para que Lucia se contagie del ambiente festivo del carnaval. Bastaron unos pocos tragos para que ella empezara a desenfrenarse y, durante varias horas, no solo disfrutó del desfile, también aprovechó algunos momentos para aprender con André los diferentes estilos de baile que se escuchan en la fiesta: el pausado vallenato, la sensual bachata, la enérgica salsa, la divertida cumbia, el improvisado reggaetón y la alocada champeta, el brasileño sirvió de tutor de la guatemalteca en todos ellos, demostrando un talento natural para el baile que ha dejado gratamente sorprendidos a los vampiros.

Al mismo tiempo y con cada lección nueva, un sentimiento en Lucia hacia André, latente desde hacía tiempo, estaba aflorando con mucha fuerza. No podía explicarlo, pero le hacía recordar lo que sintió hacia Dalila tras su «confesión» en la Torre Velásquez. Es un sentimiento prohibido, pero al mismo tiempo, hermoso.

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8:00 pm.

Con la llegada de la noche, la fiesta se traslada de la Vía Cuarenta, a diferentes eventos repartidos por toda la ciudad. Aquellos que pueden costearlo, asisten a fastuosos conciertos donde cantantes, tanto colombianos como extranjeros, deleitan al público, o en su defecto, hay grandes equipos de sonido llamados picós, que reproducen música de todos los gustos y constituyen una de las muchas expresiones de la cultura barranquillera.

Uno de esos eventos es llamado Baila la Calle y se desarrolla en la carrera 50, una vía de cuatro carriles en cuyo tramo final —donde se concentra el evento—, se halla la Ciudadela Empresarial Barlovento, que pasó de ser un barrio marginal a uno de los corazones industriales de Barranquilla y, el emblemático Edificio de la Aduana, estación de trenes en el pasado y hoy la biblioteca más grande de la ciudad. Pero, para efectos del Carnaval, la vía ha sido transformada, en lo que actualmente es reconocida como «la pista de baile más grande del mundo», extendida a más de diez cuadras y en la que se estima, asisten más de diez mil personas todos los años.

Tras disfrutar a más no poder el desfile de la Batalla de Flores, André, Dalila y Lucia fueron a descansar por pocas horas en su hotel, para posteriormente dirigirse al evento e introducirse entre la multitud, bailando al son de la música que tocan los picós y, decididos a continuar la fiesta hasta que el cuerpo aguante.

—Oiga hermanita, usted si se lo tenía bien guardado. Pero qué pases se manda. —expresa Dalila, sorprendida al presenciar los dotes de bailarina de su hermana.

Lucia se toma de golpe un trago lleno de Old Parr y, tras reírse a placer, responde:

—Cariño, bailar no tiene ciencia. Cuando estaba aprendiendo a dar mis primeros pases, los mayas me dieron una lección que ahora voy a enseñarte: dejáte llevar por el ritmo.

André toma la mano de Lucia, pega su cuerpo con el de ella y, pone sus manos en la espalda y cintura de la humana, momento en el que le dice a su novia:

—Observa.

Los dos bailan sensualmente al ritmo de la bachata. La humana se deja llevar por los sinuosos movimientos de cadera de su compañero de baile, hasta sincronizarse y seguirle el paso, mientras la vampiresa solo observa.

La canción termina y André y Lucia quedan con sus rostros muy cerca uno del otro. Él la incita a besarlo con la mirada y ella se rinde a su encanto. Sus labios están a punto de hacer contacto…

Pero en el último segundo, ella lo detiene apartando la mirada en dirección a Dalila, quien no mostró signo alguno de rechazo, pese a que estuvo a punto de besar a su novio. Esto desconcertó tanto a Lucia que, con profunda confusión y tristeza, les dice:

—Lo siento. No debí hacer eso.

Ella se suelta de André y se pierde entre la multitud, dejando a sus hermanos vampiros preocupados por su inesperada reacción. Pese a que la buscaron por toda la noche, no lograron encontrarla.

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2:00 am.

Tras su infructuosa búsqueda, André y Dalila llegan cabizbajos a la habitación del hotel donde se han alojado. No más entran, la colombiana se tira en la cama, lo bastante grande para que tres personas puedan dormir cómodamente, pero que, ante la ausencia de Lucia, se siente muy vacía.

Entonces, ella empieza a llorar.

Su novio se acuesta a su lado, dispuesto a consolarla, pero sin decir una sola palabra. Tiene que dejarla expulsar toda la tristeza que le causa la ausencia de su hermana, al tiempo que intenta ser fuerte para su novia destrozada y trata de reflexionar en qué salió mal.

Se suponía que sería una noche de diversión, no una noche de dolor. Hoy era el día en que fortalecerían una unión entre tres personas que, sin siquiera haber llegado a los veinte años, han vivido más experiencias que muchos adultos en toda una vida, no el día en que esa unión quedaría rota.

O quizás no.

—Dalila.

La vampiresa, con lagrimas saliendo de sus ojos, pregunta qué sucede, a lo que él señala las alas del disfraz de Lucia colgadas detrás de la puerta de la habitación, ubicada a pocos metros a la izquierda de la cama. André pudo verlas tras ver el espejo del tocador que está del otro lado.

Dalila, en un momento de lucidez, se esfuerza por dejar de llorar y dice:

—Creo saber dónde está.

Tras subir unos tres pisos, ellos llegan hasta la azotea del hotel y, no más salen de las escaleras, encuentran a su hermana al borde de ésta, como si quisiera salir volando para no ser vista nunca más.

—¡LUCIA! ¡LO SENTIMOS! —grita Dalila desde el fondo de su corazón.

—No fue nuestra intención que te sintieras mal. Sabes que no seríamos capaces de aprovecharnos de ti. Te queremos demasiado como para hacerte daño. —explica André con los ojos llorosos.

Aunque ya estaba a pocos centímetros sobre el suelo y lista a salir volando, las sentidas súplicas de los vampiros la hacen desistir de su intento de huida y corra en su encuentro, quedando los tres fundidos en un efusivo abrazo, al tiempo que rompen en el llanto más feliz de sus vidas: aquel que confirma que la unión sigue fuerte.

_________________________________________

Tras varios minutos en la azotea, André, Dalila y Lucia bajan hasta su habitación y se sientan en la cama, quedando los tres muy cerca unos de otros. Muchas cosas tienen que quedar claras esta noche:

—Antes que nada, ¿por qué saliste corriendo? Se que no pueden herirte, pero no conoces esta ciudad. Pudiste haberte perdido o peor aún, no podemos descartar la posibilidad de que haya algún agente de la Atlántida, ni siquiera aquí. —señala André a manera de regaño.

Incluso en uno de los bastiones de la Orden del Libro Verdadero, la posibilidad de encontrarse con un enemigo que pueda raptarla y convertirla en lilim, o enviarla un destino aún peor, nunca puede descartarse.

Apenada, Lucia baja la cabeza y se queda muda, hasta que toma aire, levanta la mirada y responde:

—Estaba confundida. No sabía como reaccionar a todo lo que pasaba. Todo sucedió muy rápido. La diversión, el alcohol, las confesiones, mis sentimientos hacia ustedes… —ella se lleva las manos a la cabeza— ¿No sé qué hacer?

—¿Sentimientos hacia nosotros? —pregunta Dalila.

—¡Sí! —Lucia exclama desde el fondo de su corazón— Hay algo que he querido decirles desde hace tiempo… pero no sé cómo.

—Tómate tu tiempo. No te presionaremos. —recalca André.

La humana respira hondo, se queda mirando al vacío por unos segundos, hasta que toma fuerzas para sincerarse con los vampiros:

—Ustedes dos se han convertido en las personas más valiosas que se han cruzado en mi vida. Literalmente, les debo todo: salvaron mi vida, me hicieron fuerte y, me dieron un hogar en el que finalmente puedo sentirme segura. Los amo, a ambos. Y los amo tanto, que haría cualquier cosa que me pidan. Lo que sea.

André siente que, pese a que no hay un ápice de mentira en las palabras de Lucia, su mirada expresa un sentimiento que lo intriga:

—Pero hay algo que te molesta. ¿No es así?

—Así es. —confirma Lucia mientras arruga la boca.

Dalila toma la mano de su hermana y cruza miradas con ella:

—¿Qué le molesta?

Lucia toma la mano de André y la ubica sobre la de Dalila y la suya propia:

—Tengo miedo de perderme a mí misma. Desde que tomé los poderes de Taylor, he sentido tantos cambios en mi ser, que literalmente me siento invencible. ¡¿Quién en su sano juicio no quisiera tener regeneración instantánea y sentir placer en vez de dolor?! Pero, por otro lado, tengo miedo de perder mi esencia, de dejar de ser la Lucia que ustedes conocieron. Y claro, el amar a dos personas a la vez va en contra de todo lo que me enseñaron; simplemente no es correcto.

André y Dalila sonríen. Para su dicha, la propia Lucia ha confirmado que ella los ama por igual, lo cual facilitaría mucho el convencerla a hacer parte de su relación. Pero para ello, deberán convencerla de dar ese gran salto adelante que sus temores y prejuicios le impiden dar.

—Hermanita —la colombiana le dirige la palabra—, aunque usted haya obtenido los poderes de Taylor, no es ella. No son los poderes de esa lilim los que la han hecho cambiar: es que su verdadero yo está saliendo a flote.

La guatemalteca no da crédito a esas palabras:

—Tenés que estar bromeando.

Pero Dalila la invita a reflexionar:

—Si cree que miento, piense mucho en las cosas que hemos hecho desde que nos conocimos: las batallas que luchamos, las experiencias que vivimos… una persona no cambia así porque sí. Su verdadero yo está emergiendo. Los poderes de Taylor solo aceleraron el proceso. No tenga miedo de esos cambios, porque usted nos tiene a ambos para guiarla.

La vampiresa había dado su opinión; ahora es el turno de André:

—Y eso de si es correcto o no, ¿recuerdas lo que viste a lo largo de estas fiestas? ¿recuerdas mis palabras? No tiene nada de malo en hacer lo que quieras, siempre y cuando no le hagas daño a nadie. Si te reprimes ahora, serás una chica infeliz por el resto de tu vida; si nos aceptas, te aseguro que lo gozarás.

La humana reflexiona sobre todo lo dicho por los vampiros y medita sobre la implicación de sus palabras. Aunque quiera negarlo, Dalila tiene razón: ella siempre ha sido así. Y pese a que se le enseño rechazar algo tan poco ortodoxo como el poliamor, ella recuerda las palabras de André y se pregunta: ¿a quién está haciendo daño si acepta sus encantos? ¿a sus padres? Protogion y Hanayoru, fieles representantes del amor prohibido, jamás se opondrían a una relación así; ¿Sebastião y Xitlali? Su reacción más negativa sería la indiferencia total. Y a juzgar por lo que vio en el carnaval, ni siquiera la sociedad del 2049 la juzgaría. Los únicos que podrían reprenderla, ahora están muertos. Eso, sin contar la pregunta más importante de todas:

—¿A quién engaño?

Sin previo aviso, Lucia toma la corbata de André y, consumando lo pendiente hacía unas horas, besa apasionadamente al vampiro, para el total deleite de Dalila, a quien, tras un rato, la humana le dirige una mirada sensual, aparta cuidadosamente al brasileño y le dice:

—Ni creas que me olvidé de vos.

La humana toma cuidadosamente a la vampiresa de la barbilla y la acerca hasta que ambas conectan sus labios. Un beso que ambas estuvieron deseando desde hacía tiempo, pero que ahora, se ha convertido en una realidad.

Comprendiendo que se trata de una oportunidad dorada, André empieza a desvestir a Lucia, ordena a Dalila a que haga lo mismo y cuando las chicas están desnudas, ellas empiezan a quitarle la ropa. Pero, antes de que el acto sexual comience, el vampiro dice:

—Esta parte no la verán.

Él chasquea sus dedos, las luces se apagan y los gemidos y gritos de pasión del trío, son la única pista sobre la forma en que los vampiros y la humana, finalmente, han consumado su inusual unión.

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[1] En chino simplificado () «Enjambre Destructor».

[2] En demonología, Haures es un duque infernal con 36 legiones de demonios bajo su mando, que, entre otras cosas, destruye con fuego a los enemigos del invocador y lo protege contra otros espíritus. Conoce todos los secretos y traerá dolor a sus enemigos.

[3] Mencionado previamente en el capítulo 6, Renacimiento.

[4] Expresión de la jerga de Bogotá, la capital colombiana, usada como una exclamación o tuteo amistoso, dependiendo del contexto.

[5] Expresión de la jerga nicaragüense (masculino: chavalo), que se usa para referirse a los niños, de forma similar a la expresión española «chaval».

[6] Es un día santo amenista que inicia la cuaresma, los cuarenta días de preparación para el domingo de resurrección, día en que Amen vuelve a la vida tras su muerte en la cruz. Se llama así, por la cruz de ceniza que es dibujada en la frente de los que acuden a misa ese día.

[7] En portugués «¡Qué mierda!»

Escudo de Colombia bajo el gobierno de Edward Salazar
Mapa político de Colombia del año 2049

21-DIOSES Y MONSTRUOS

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